El agobiante mundo del turismo

El turismo de masas es una réplica banal del grand tour que puso de moda la aristocracia del norte de Europa en el XIX, visitando las ciudades históricas del sur continental y de la cuenca Mediterránea, un viaje iniciático para los jóvenes alevines aristocráticos, apoyado en el avance de las comunicaciones que Julio Verne plasmó magistralmente en La vuelta al mundo en 80 días. Esta moda se extiende a la burguesía, que busca nuevas experiencias en lo insólito, lo espectacular y lo exótico al margen de riesgos, bajo la protección de las agencias de viajes que comienzan aquí su andadura. Se producía así una cultura, una sociedad y una economía específicamente turística.1/ Si el siglo XIX era el turismo de la aristocracia, el siglo XX el turismo es la apuesta mimética de la burguesía, para finalizar con el turismo de masas, alejados de la idea de investigación, aprendizaje y conocimiento de otras culturas, de los aristócratas del XIX. Así se crea el apetito voraz por el turismo, un consumo sucedáneo de la idea de viajar y conocer que lo inspira, así como una forma de prestigio social para ver quien es el turista más intrépido, el viaje más güay, el destino más envidiable, aunque las experiencias viajeras sean repetitivas, monótonas y estandarizadas por la agencia de viajes.

Mientras se promueva la sensación de una experiencia original, el paquete está vendido. Si alguien luce una joya y eso le produce satisfacción, ello será independiente de que la joya sea auténtica o falsa, siempre que el portador o la portadora no lo sepa, algo así ocurre en el consumo del paquete turístico.

Hay pues un fuerte componente de consumo compulsivo, de imitación y compensatorio frente a la rutina del trabajo diario.

El turismo internacional es una forma más de un estilo de vida, el del consumismo, el ocio y el espectáculo, el que se nos ofrece como una epifanía del capital y nos instruye sobre la bondad del sistema, el que nos dice que tenemos suerte de vivir en el mejor mundo de los posibles, en ser parte de la civilización occidental; es el llamado estilo de vida imperial.2/ Las áreas turísticas con sus playas y hoteles, las instalaciones olímpicas y los palacios de congresos son otros tantos ejemplos de imágenes y símbolos del capitalismo global.

Las cuentas del turismo

Cuando la pandemia mostró la fragilidad del turismo y la gran dependencia de la economía española de dicho sector, alguien imaginó que se debería cambiar la matriz económica del país y situar el turismo en una dimensión menos agónica. Vana esperanza. La urgencia de la recuperación devolvió la industria turística a su papel protagónico, más intenso aún que en los años previos a la pandemia.3/

Hoy nadie duda de la importancia económica del turismo para el proceso de acumulación capitalista, incluso en algunas economías se le considera el motor del crecimiento. Los datos publicados avalan esta presunción, si bien éstos no están del todo avalados ya que son datos de parte y tienen una clara intencionalidad propagandística. El turismo internacional alcanzó su máximo en el año 2019 con 1.500 millones de viajeros, o eso dicen, nada menos que el 20% de la población mundial, cifra semejante a la que según el PNUD acumula el 80% de los ingresos ; tras la caída de la pandemia comienza a recuperarse rápidamente para colocarse en el años 2023 en 1.300 millones de desplazamientos4/; se le atribuyen 280 millones de empleos directos e indirectos5/, y su participación en el PIB mundial según diversas fuentes va del record de 2019 en un abultado 9,63% al 5,82% en el año de crisis de 20216/, datos muy discutidos por otras investigaciones7/. En todo caso el turismo se perfila como uno de los pilares del capitalismo moderno, no solo desde el punta de vista económico, sino principalmente como parte sustancial de la sociedad del ocio y del espectáculo.

¿Quiénes son los grandes inversores internacionales? Ajá, la gran pregunta, en una maraña de consorcios, gobiernos y grandes operadores. Una información bastante opaca de la que poco se extrae en Internet. World Travel and Tourisme Council es el cluster del conglomerado turístico mundial, a la vez que un selecto club de super ricos, un grupo de presión en el que confluyen aeropuertos, aerolíneas, cruceros, cadenas hoteleras, operadores mayoristas y un sinfín de entidades con intereses en el sector.

Entre ellos American Express, Visa, Master Card, Google, Microsoft, IBM, Heritage, KSL inversores, Deloite auditores, Emiratos Árabes, Gobierno Chino y otros muchos, lo que da una idea de la amplia red de intereses que mueve el mercado turístico. Por eso no es de extrañar que defiendan que sus servicios proporcionan felicidad al 20 % de la humanidad. El turismo es un negocio del norte global que se expande por el planeta con una participación desigual según los continentes; en el sur global puede considerarse directamente una economía neocolonial. ¿Y qué ocurre con todo este crecimiento?, que provoca un aumento de los costes sociales y medioambientales.

Al margen de consideraciones ambientales, pero en todo caso bajo su influencia, la rápida recuperación del turismo internacional tras la pandemia no puede obviar que la industria turística se enfrenta a un futuro dudoso. La crisis económica afecta cada vez más a las rentas de los clientes del turismo, gravadas además por el precio creciente de las líneas aéreas. Así pues el potencial de viajeros tiende a la baja a escala internacional. Por otra parte los conflictos sociales debidos al turismo –acceso al agua, pisos turísticos, etc– ponen ya en crisis algunos mercados, y se acentuará en el futuro.

La continuidad del turismo en una determinada zona depende entre otros de los siguientes factores: alteraciones climáticas, cambios de destinos (inversión volátil, mejoras de la rentabilidad en otras áreas, saturación, inestabilidad política) y dependencia del sector aeronáutico. Cualquiera de estos tres factores puede hundir una región turística, la inversión emigrará de un territorio a otro, dando vueltas y vueltas al mundo, y podrá regresar en otro momento con un nuevo diseño.

Pero esto no afectaría al negocio global, lo que sí afectará al negocio global será el colapso ambiental, el empobrecimiento relativo de la clientela tipo -o encarecimiento del producto – y la oposición de los territorios. El turismo de masas no resistirá la crisis sistémica que ya está en curso, pero puede resistir un turismo para las élites en enclaves policial y políticamente asegurados: caza, pesca, safaris, reservas de la biosfera, golf, arte, gastronomía y además la Luna. La concentración del sector en un turismo para las élites siempre es posible, pero dejará un rastro de territorios turísticos arruinados y agencias de viajes quebradas.

Colonización planetaria

Hoy el turismo se ha convertido en el gran colonizador planetario. Al alterar la economía, banalizar la cultura y colonizar a la población local, cuando no la erradica directamente, está creando un territorio nuevo. Transforma el territorio en objeto mercantil, homogeneizado y asequible al turista, libre de riesgos, hipervigilado, limpio, comunicado, bien provisto de servicios y marcadores visuales. Un territorio del que la población local es excluida económica o policialmente, salvo para entrar a trabajar como limpiadoras, camareros, repartidores, etc.

Las viviendas turísticas son otro ejemplo de segregación espacial, expulsando a la periferia a las clase más pobres por el encarecimiento de los alquileres. Si se altera el mercado de vivienda, se altera el comercio local, la relación residencia empleo, la cultura local y las identidades comunitarias, la memoria, en fin, que tenemos del territorio. El Sur Global es señalado por su segregación de raza y género.

Algunas ONG de ayuda al desarrollo han denunciado en comunidades indígenas y campesinas con las que trabajaban como éstas se veían privadas del agua, en beneficio del resort turístico que se instala en la zona, y como las mujeres soportan la mayor explotación laboral. La habitual segregación espacial de los destinos turísticos alcanza lo indecible en el caso de Samarcanda, donde se destruyó el antiguo barrio popular que rodeaba el área monumental, con el fin de preservar la tranquilidad del turista. En el ámbito internacional hay otros ejemplos sangrantes, entre los que destaca el Tíbet:.8/

El caso chino es paradigmático. Aquí es el gobierno central quien promueve el turismo en zonas rurales bajo el pretexto de dinamizar zonas deprimidas. En el Tíbet, monasterios que habían sido destruidos durante el maoísmo, han sido reconstruidos de raíz por el gobierno de Pekín en versiones “folclóricas”, capaces de atraer anualmente una masa turística de más de diez millones de personas, la mayoría chinos. Al visitar y consumir representaciones pintorescas y exóticas de la cultura de esta región autónoma, habitada por solo tres millones de personas, los turistas se comportan como un ejército de ocupación….Por otro lado, bajo el pretexto de la seguridad, legitima el estado policial y la militarización……El objetivo del estado chino es suprimir la herencia budista mediante la construcción de falsos monumentos antiguos y así apagar los vestigios de la cultura local no china, en un proceso de colonización cultural.

La industria turística transforma el territorio donde se instala, pero además altera su equilibrio ecológico y lo contamina. Los grandes transatlánticos ya no pueden entrar en Venecia por su impacto en el ecosistema costero, los mismos que vierten los lixiviados o aguas negras en alta mar ya que en puerto solo pueden descargar los residuos sólidos para su tratamiento. Además es un gran consumidor de agua, en competencia con otras actividades. En la costa mediterránea española los derechos de riego de los agricultores fueron en algunos casos revendidos –ilegalmente, claro– a los campos de golf, los regantes pasan a ser rentistas, y los campos de cultivo a eriales. No es la mejor manera de defender que el turismo es impulsor del desarrollo local; ésta es su gran justificación, solo si llamamos desarrollo a la especialización territorial, barriendo las actividades tradicionales. Por eso hay quienes sostienen que el turismo es una actividad extractiva. En cierto modo sí, pues pone en valor –o sea, vende- el paisaje, los monumentos y hasta las puestas de sol. También podría vender amaneceres, pero parece que el turista que compra el paquete completo no es madrugador.

Dado el agotamiento del turismo de sol y playa y su excesivo peso en la economía, se puso de moda hablar de la necesidad de una reconversión de la actividad turística. ¿En qué consisten estas reconversiones? Hasta ahora las famosas reconversiones del sector han consistido en complementar los paquetes turísticos de sol y playa por otros más rentables basados en la naturaleza, el turismo cultural y cosas semejantes. La potenciación de algunas ciudades como reclamos turísticos -Nueva York, Londres, París, Roma, Madrid o Barcelona, por ejemplo- responde a esta dinámica. Por lo tanto no se trata de ninguna reconversión, sino de una ampliación del mercado. En todo caso nada que ver con las grandes reconversiones industriales, como la minería del carbón o la industria siderúrgica. El turismo es la gallina de los huevos de oro, no hay ninguna razón económica para reconvertir esta actividad tan lucrativa.
Los conflictos por el territorio y el papel de los movimientos sociales.

Parafraseando a Svampa el poder organizador del turismo 9/ y su capacidad de encantamiento son tales que cuando se introduce la cuestión ambiental la sostenibilidad se supedita al negocio, la protección del medio ambiente al fetiche del turismo responsable, el desarrollo local al turismo sostenible.
El turismo internacional es responsable del 8% de las emisiones de gases de efecto invernadero.10/

Señala Pedro Bravo en su libro Exceso de equipaje 11/ que si el turismo fuera un país, sería el cuarto del mundo en términos de contaminación.

Un viaje de ida y vuelta de una persona que va de vacaciones de Madrid a Cancún genera 1,8 toneladas de emisiones de dióxido de carbono. La Casa Encendida. Exposición Clase Turista 2005.

Sea cual sea la evolución el mercado del turismo internacional -caída lenta y persistente, o una burbuja más- la pertinencia de esta actividad económica no supera una evaluación socio-ecológica: la alteración de los territorios convertidos en parques temáticos de sí mismos, el despilfarro energético, la emisión de gases de efecto invernadero, el impacto negativo de sus residuos o la escasez de agua12/ son otros tantos factores que abundan en la idea de la insostenibilidad del negocio turístico internacional.

Conflictos sociales ocasionados por la actividad turística son cada vez más frecuentes. Luchas por el acceso al agua frente a consorcios hoteleros que la acaparan las hemos vistos en las zonas más pobres del planeta que sufren estrés hídrico o prolongadas sequías. El Algarrobico en Almería muestra la oposición a la ocupación de determinados lugares protegidos. En Francia ha habido movilizaciones contra proyectos turísticos en el Jura y los Alpes. Son los movimientos ecologistas los más sensibles y motivados ante las mega inversiones del sector, pero recientemente nuevos actores sociales urbanos denuncian el impacto negativo en las ciudades por la proliferación de los pisos turísticos; el caso de Barcelona es bien conocido.

¿Podría reconstruirse un turismo popular libre del consumo compulsivo, del neocolonialismo y de la manipulación del territorio, en equilibrio con el medio ambiente? Difícil. Son los movimientos sociales de base ecologistas, feministas o vecinales quienes tienen que proponer otras formas de viajar, recuperar las vacaciones como una forma de estar, frente al ir de vacaciones. Son aquí los movimientos sociales los cuidadores del territorio y los vigilantes de la playa frente a las inversiones turísticas tóxicas, como son los movimientos indígenas y campesinos del Sur los defensores del territorio frente al colonialismo turístico. Cuanto más se expande el turismo internacional, más apuntala la hegemonía del capital, pero también muestra sus debilidades, su insostenibilidad ecológica y social, su vocación colonial y el saqueo del planeta. Una crítica teórica y una concienciación social frente al turismo internacional contribuirá también a una transición ecológica, anticapitalista y socialista.

Notas:

1/ PDuarte O turismo à conquista do planeta. En Flauta de luz, nº 6 2019. Lisboa

2/ Kohei Saito. El capital en la era del Antropoceno. Penguen Random House. Barcelona 2022.

3/ España consigue en 2023 superar el record de llegadas de turistas de 2019. Infolibre, 20 de Enero 2024.

4/ Fuente: Organización Mundial del Turismo, organismo de Naciones Unidas. Las cifras ofrecen muchas dudas, pues no es lo mismo desplazamientos que turistas

5/ Otra cifra oscura, pues no distingue los empleos son temporales, ni los que son directos o indirectos.

6/ Fuente: World Travel and Tourisme Council

7/ Franciso López Groh, De la crítica del crecimiento a la economía política del coronavirus, en La cara oculta del turismo, Ecologistas en acción, Abril 2021.

8/ PDuarte, op.cit. El caso de Samarcanda y del Tíbet.

9/Maristela Svampa y Enrique Viale, El colapso ecológico ya llegó Siglo XXI Argentina, Buenos Aires 2020. El texto original (página 175) habla del desarrollo, aquí sustituido por turismo.

10/ Rodolphe Christin Contra el turismo Ediciones El Salmón, Alicante 2023. La OMT lo rebaja al 5%, que no es poco

11/ Pedro Bravo Exceso de equipaje, Destino, Barcelona 2018

12/ Como cuenta Elizabeth Becker en su libro Overbooked, una nave (de cruceros) produce una media diaria de 80.000 litros de aguas residuales de procedencia humana, 650.000 litros de agua de duchas, lavadoras y demás, 24.000 litros de líquidos provenientes de motores y maquinaria, 11 kilos de baterías, fluorescentes, residuos médicos y químicos y 8.500 botellas de agua.

Fuente: https://rebelion.org/

 


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