¿Delincuentes uniformados?

Aproximadamente a las nueve y treinta de la noche de este sábado 30 de julio de 2016, hemos sido víctima en nuestro hogar de un vulgar atraco cometido por una manada de policías.

Aunque sabemos que ya eso no es noticia en nuestro país, pues es el pan nuestro de cada día para la mayoría de la población trabajadora y humilde, por lo menos hacemos un ejercicio de desahogo a través de este medio de comunicación.

Que tropas armadas hasta los dientes, cual si fueran a participar en un operativo antiterrorista, y algunos pretendiendo ocultar su desvergüenza con pasamontañas, vayan a un colmado del sector de Alma Rosa a incautar las bocinas y equipos de un karaoke que se celebraba de manera sana y sin niveles elevados de ruido, es ya de por sí es muy cuestionable.

Pero que penetren a una cercana residencia familiar, en la cual previamente escuchábamos música a un volumen moderado con algunos amigos que nos visitaban, y sin ninguna orden judicial incauten una bocina y cinco sillas, constituye una arbitrariedad que no se veía ni en la “Era de Trujillo”.

Perdón, arbitrariedad o incautación no, UN ROBO.

Repito, sí UN ROBO. Llevarse estos objetos sin dejar ningún acta o constancia, es sencillamente eso. Y no se robaron más porque estuvimos dispuestos a dar el todo por el todo en la defensa de nuestros derechos. ¡Pero claro, hay que tener yipetas y mansiones de lujo, y eso no se logra con “sueldos cebollas”!

Más grave aún, al momento de entrar a nuestra casa un mayor de la “institución del orden” no se encontraba nadie en la residencia, e imaginen nuestra sorpresa cuando un vecino nos dio aviso y al tratar de ingresar a la misma se nos impedía en tono amenazante por policías, últimos estos que sí deberían andar en la búsqueda de los delincuentes que mantienen en zozobra a la ciudadanía. El pueblo paga para que le proteja y no para que se le extorsione o maltrate.

Haciendo uso del tráfico de influencias podríamos lograr que nos entregaran nuestras pertenencias, pero no. Si quieren, que las traigan a nuestra casa, de donde se las robaron, si no que las vendan para continuar agrandando sus desafortunadas fortunas.

No obstante los uniformados entenderse los representantes oficiales del patriotismo, hasta con el escudo nacional en las insignias de rangos superiores y sus juramentos del cumplimiento de la Constitución y las leyes, la realidad es que muchos se convierten en señores de horca y cuchillo.

Y con honestidad, nos da mucha pena ver a miembros de los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas respaldando esos actos vandálicos que han sido característicos de la Policía Nacional.

Sabemos que algunos militares y policías que gozan de nuestros afectos y admiración podrían sentirse ofendidos por el cuestionamiento del título que encabeza esta artículo de opinión. A ellos les pido disculpas, pero esa es la percepción de nuestra sociedad.

Asimismo, para que entiendan el porqué piensan los dominicanos de ese modo, sólo les narraré un caso que vivimos en carne y verguenza propia. En días pasados, transitando en nuestro vehículo con un par de amigos, nos detienen en un “operativo policial contra la delincuencia”, ENTIENDASE MACUTEO, y un segundo teniente de la uniformada nos pide descaradamente que le regalemos cien pesos, sin importarle que le escucharan un grupo de subalternos.

Ante la desfachatada solicitud de la pantomima de oficial, lógicamente nos negamos, alegando que no teníamos dinero. El charlatán uniformado continúa y nos pide cincuenta pesos, sosteniendo nuestro alegato de falta de efectivo; ante lo cual nos imploró que le diéramos veinticinco pesos.

Pero lo anterior no es de extrañar. A pesar del gran avance en la formación académica de nuestros oficiales militares y policiales, todavía cualquier carga maletín o maipiolo en muchas ocasiones llega a superar en rangos e influencias a los verdaderos profesionales y honestos militares y policías.

No hay que ser un científico para entender que si se ha degradado y cualquierizado la condición de oficial de las instituciones armadas, entonces es obvio que para abajo no hay nada que buscar.

De seguro que algunos arbitrarios nos caerán arriba de manera implacable, sin embargo seguirán haciendo mutis ante los datos irrefutables hechos públicos por la magistrada fiscal del Distrito Nacional sobre el involucramiento de uniformados en todo tipo de actos delictivos. De todos modos no los culpo, que se han sido formados para abusar del poder, y con niveles de doctorado en coger piedras para los más chiquitos.

Pero a esos desaforados que se atrevan a pretender denigrarnos por lo que responsablemente escribimos aquí, sólo me permito respetuosamente pedirles que busquen un artículo que escribió un reconocido periodista hace un par de años, y en el cual de manera cruda y directa se mofaba del generalato dominicano afirmando que podíamos ser exportadores de los mismos. ¡Y NADIE DIJO NADA!

Lo grande es que muchos de esos leones uniformados, cuando les quitan la ropa cualquier ratoncito parece un gigante a su lado.

Nosotros, que hemos sido renuentes a vivir fuera de nuestra nación dominicana, debemos admitir cuán equivocados estamos. Con este régimen de terror al que nos tiene sometido la delincuencia, y una autoridad probablemente peor por sus conocidos niveles de complicidad, hay que pensar seriamente en mejor irse hasta a fregar sanitarios en otro país donde por lo menos cuando se vea a un policía no se piense lo que expresó el artista urbano Vakeró en su canción “El Hombre Gris”.

¿Hay que decir algo más?

Finalmente, el ridículo mayor policial que comandó esa horda de delincuentes, y que él mismo penetró a nuestra vivienda, que sepa que nos veremos en los tribunales por robo, exceso de autoridad y violación de morada, amén de una demanda por daños y perjuicios; aunque, como dice el refrán, cueste más la sal que el chivo. Y si la justicia le da ganancia de causa, apelaremos, apelaremos.


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