Todos quieren llegar a viejo, pero nadie quiere serlo

Santo Domingo.-La tercera edad es tanto añorada como temida. Los pliegues de la ancianidad reflejan el resultado físico de experiencias vividas entre ellas la felicidad, los sufrimientos, las tristezas, retos y demás situaciones que afronta el ser humano.

El primero de octubre se celebra el Día de los Envejecientes desde 1991. El objetivo es que estos seres tan importantes sean reconocidos y aceptados por la sociedad. El Consejo Nacional de la Persona Envejeciente (Conape), entidad responsable de que conmemorar este día tan especial, promulgó la Ley 352-98, la cual busca proteger y amparar a las personas envejecientes.

Ser un anciano en tiempos en que el cáncer y otras enfermedades se apoderan del cuerpo es una bendición, aunque a los envejecientes se les discrimina porque no tienen la habilidad de realizar las actividades que hacían en años anteriores.

Cada arruga es una muestra de valentía y de triunfo para los envejecientes, que con lágrimas y sudor han alegrado la vida de aquellos que por varias ocasiones dependieron de ellos para subsistir.

Es la ancianidad la inspiración de una nueva rama de la medicina, la geriatría y también la gerontología; también de la creación de lugares que para algunos son solitarios y tristes como los asilos.

Testimonio

“Me siento conforme y disfruto mi vejez, pero mantengo el deseo de que al menos se den cuenta de que soy humana, con deseos de ser tratada como una reina. Siempre nos tiran a una esquina y creen que no valemos nada”, expresa Rafaela M. Martínez de 86 años de edad.

Tener 80 años es vivir como una niña pero colmada de experiencias. Aun con deseos de seguir disfrutando, la nostalgia de cada recuerdo se refleja en un simple abrir y cerrar de ojos. Sus deseos son mínimos y simples; basta con una simple historia o una simple taza de café para hacerles sentir bien.

Rafaela recomienda a la gente apreciar cada día con sus abuelos y abuelas.

“Sé parte de sus días, quiéreles, mímalos, complácelos porque son ellos los responsables de tu existencia, además, de que marcan las pautas y el rumbo de la familia”, afirma la octogenaria.

LAS MANOS AMOROSAS QUE LOS ATIENDEN

María Senedia Santana es enfermera del Hospicio San Vicente de Paúl en Santiago. Hasta ese lugar llegan donativos de personas solidarias y una dama que pide mantenerse anónima asiste a media mañana a cantarle a sus “viejitos” como ella les llama. También les ora y les habla.

En el Hospicio San Vicente de Paúl hasta una mentita verde es bienvenida. María Senedia se esmera en el trato y asegura: “A los ancianos hay que saber cuidarlos; no todo el mundo puede y lo primero que se debe tener es paciencia, pues son como niños”.

Para ella, servir a la ancianidad es un trabajo especial. Y por eso, aparte de ofrecerle servicio, les premia con lo más sutil, su compresión y cariño porque a su juicio “lo necesitan mucho”.

“A veces yo les hablo de sus familias, y les explico que no han sido abandonados. Y cuando hablo con ellos, conversamos hasta de mi familia”, expresa Senedia.

La facilitadora en salud y alma del centro ubicado frente al hospital José María Cabral y Báez de Santiago confiesa que se motivó a trabajar allí porque ve en cada anciano a sus padres cuando lleguen a la tercera edad.


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