¿Te atreverías a dormir en el hotel más terrorífico del mundo?

¿Qué te apetece hacer en vacaciones? Desde una playa tranquila, pasando por un lugar con mucha vida nocturna, los que hacen excursiones y hasta llegar a los que sólo piensan en la buena comida.

Pero la mayoría de ellos tienen un denominador común: un hotel donde dormir. Pero el que van a ver ahora es sólo para valientes.

Los guardacostas estadounidenses rezaban día tras día para que la Torre Frying Pan (Torre de sartén), un viejo faro con estampa de plataforma petrolífera, situado a 55 kilómetros de la costa de Carolina del Norte, se hundiera de una vez.

Pero conozcamos la historia de este lugar maldito. El tramo del litoral atlántico donde está emplazada la torre siempre fue un peligro para los navegantes, porque la desembocadura del río Cape Fear crea unos bancos de arena que complican el tránsito de embarcaciones.

Durante muchos años se trató de hacer decrecer el riesgo de naufragios mediante el uso de sucesivos buques faro, hasta que en 1964 se decidió levantar una estructura fija, una torre, un armatoste casi inútil.

Una guarnición de guardacostas permaneció destacada allí hasta 1979 y en 2003 la torre quedó fuera de servicio. Pocos creían que esa estructura iba a soportar mucho más las tormentas atlánticas. Los huracanes Fran y Floyd, en la segunda mitad de los ’90, provocaron serios daños al faro abandonado. Muchos estaban convencidos que se iría a pique.

La Torre que no se hunde

Los guardacostas se pusieron contentos, en 2009, cuando una empresa de buceo quiso comprarla. Pero al momento de poner el dinero sobre la mesa, los 370.000 dólares no aparecieron. ¿Qué loco querría ese pedazo de acero deteriorado por los huracanes, la corrosión y el salitre? Y encima rodeado de tiburones.

Pero en el 2010 apareció un loco. Así lo creían los guardacostas que cada tanto iban a revisar el lugar abandonado. Él era un tal Richard Neal, un ingeniero de software que no sabía una palabra de mar. Pero les demostró a todos que de loco no tenía nada y de vivo mucho.

El hombre puso sobre la mesa 70.000 dólares. Lejos del precio que se pedía por la Torre. Neal fue perentorio: “tienen cinco minutos para aceptar o rechazar la oferta. Si dicen no, me levanto y me voy con el dinero”. No lo pensaron dos veces. Más vale 70.000 dólares en caja que ni una sola moneda.

Se rieron pensando en el clavo que le habían encajado a Neal. Este ya tenía todo planeado en su cerebro. Iba a transformar el lugar en un Bed and breakfast para aventureros.

El hombre hizo una serie de arreglos menores y un porcentaje del dinero que va ingresando se usa para otras mejoras. El lugar tiene ocho habitaciones con cero lujo. Iguales a las que puede tener cualquiera pensión corriente.

600 dólares por habitación

Neal las alquila por un mínimo de tres días. Y son muy caras. Por cada tres días hay que pagar 600 dólares. A eso hay que añadir el coste del viaje. Al lugar se puede llegar en pequeños barcos, que son izados por 25 metros mediante arneses, o la otra opción es usar un helicóptero y aterrizar en su helipuerto.

Antiguamente había una escalera de caracol que iba desde el mar hasta el helipuerto. Ya no existe. Se la llevó un huracán. Cuando uno llega debe firmar un documento donde los turistas se hacen cargo de cualquier accidente que puedan tener, incluyendo que sean producto de un huracán o los tiburones.

No se permiten niños menores de 10 años ni mascotas. Hay lugares de la torre donde los visitantes tienen prohibido ingresar. Y al entrar a las habitaciones tienen que recordar que las mismas albergaban a los guardacostas. Se parecen más a las de un cuartel que a a las de un hotel. Eso sí, todas tienen agua caliente y cocina.

Pero el lugar siempre está lleno. Van desde pescadores y buceadores arriesgados hasta familias que buscan vivir una aventura o parejas que quieren una escapada romántica. Eso sí: los amaneceres y los atardeceres son hermosísimos de ver desde esa torre de 400 metros cuadrados.

¿Qué pueden hacer los turistas? Comer mucho pescado. Al pie de la torre es fácil pescarlos y hay langostas en cantidades industriales. Además los huéspedes pueden jugar al billar, practicar tiro al blanco o mejorar su drive de golf disparando al mar las bolas biodegradables que proporciona el hotel.

Otros pueden mirar el maravilloso paisaje, usar una de las hamacas paraguayas que están en la cubierta o subir a la atalaya de 40 metros para ver de manera más amplia el mar. Y tiene un lujo: en la torre hay wifi.

Todos tienen que recordar que ir allí, además de no ser barato, es muy arriesgado. Por eso uno de los apodos del lugar esel Cementerio del Atlántico. En ningún otro lugar del mar se han hundido tantos barcos como en esa zona.

Fuente: https://www.lavanguardia.com/


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