Ruinas y cólera en Haití a un año de devastador terremoto

La reja verde sostenida por columnas del club de golf de la rica zona de Pétionville sigue en pie, intacta. Tan bien construida está su estructura que sobrevivió el terremoto más duro que haya azotado al país caribeño en doscientos años. Pero detrás, la realidad es trágicamente enclenque.

Entre gritos y llantos de dolor, Céline Jean-Baptiste de 56 años es cargada desesperadamente en brazos por sus hijos hasta una oxidada ambulancia. Un ataque de cólera la redujo a piel y huesos en unas pocas horas. ‘Mi madre no, por favor, ahora mi madre no’, grita desesperada su hija Jasmine.

Y tiene razones para hacerlo: hace exactamente un año Jasmine perdió a su padre bajo los escombros de su casa en el centro de la capital haitiana.

Las ‘ciudades carpa’

Desde entonces, ella y su familia viven con otras 40.000 personas en una de las tantas ‘ciudades carpa’ que plagan la capital Puerto Príncipe y las ciudades cercanas de Léogâne, Jacmel y Petit-Goâve.

Cuando el terremoto hizo rugir violentamente la tierra en el centro del país más pobre de Occidente, hace exactamente un año, 230.000 personas perdieron la vida y 1,5 millones perdieron sus casas.

La realidad detrás de las rejas del club de golf es hoy la de un país encerrado en la tragedia: casi un millón todavía viven bajo carpas raquíticas rodeados de pilas de escombros, misiones de Naciones Unidas y un (literalmente) incontable número de ONGs y agencias de cooperación internacional.

‘Ya vivíamos como animales con correa antes del terremoto, ahora vivimos como parásitos’, dice rabiosa Jasmine. ‘¿Alguien, alguna vez, nos va a sacar de aquí? ¿Alguien, alguna vez, va realmente a ayudar a Haití?’

La frustración de Jasmine se expresa en grafitis pintados a lo largo y a lo ancho de la quebrada ciudad: ‘El presidente (René) Préval ha vendido Haití a las agencias internacionales’.

Terremoto, cólera, violencia

Pero el terremoto no fue lo único. Después de la destrucción producida por el violento temblor, a lo largo de estos meses, llegaron el cólera (que muchos atribuyen a efectivos de Naciones Unidas de nacionalidad nepalí), la ineficiencia gubernamental que ha dejado lugar a la violencia política y las violaciones a mujeres.

Para muchos la conclusión se deja sentir a flor de piel con una simple ojeada a las calles de la ciudad: a pesar de donaciones, campañas y promesas por un supuesto total de 15.000 millones de dólares, después de la fase de emergencia, la fase de recuperación está lejos de ser completada.

‘Hubo muchísima generosidad de todo el mundo y los haitianos no están sintiendo la ayuda. La ineficiencia y la descoordinación entre el gobierno haitiano y las agencias de ayuda internacional y ONGs se ve claramente’, dice Ben Smilowitz del Disaster Accountability Project, ente independiente que supervisa de cerca las organizaciones internacionales que trabajan en la recuperación del azotado país caribeño.

‘Un año después, tenemos un millón todavía viviendo en carpa o desplazados y las calles tapadas por escombros’, agrega.

Algunas agencias prevén que en campos de desplazados y ciudades carpa donde la infraestructura sanitaria de emergencia (letrinas, duchas, recolección de basura, agua potable) es mejor que lo que tenían muchos haitianos antes del terremoto, la tentación de algunos de quedarse se convierta una realidad permanente.

El papel de la ayuda

‘Es cierto que mucha gente antes vivía en condiciones paupérrimas pero no vivía en carpas. La idea tanto del gobierno como de las agencias siempre fue intentar mejorar la calidad de vida de estas personas, sacarlos de ahí, algo que evidentemente no ha sucedido hasta ahora’, dice Smilowitz.

Pero para muchos haitianos las opciones de vivienda son tan escasas como la comida y los trabajos. Y algunos agradecen la ayuda.

Pasando kilómetros de escombros, basura y devastación, en las afueras de la capital haitiana se encuentra el campo Corail, una amplia extensión abierta donde aproximadamente 10.000 personas han sido relocalizadas en carpas emplazadas en línea por la agencia World Vision. Aquí los sistemas de agua potable y las letrinas y duchas comunitarias desarrollados por la agencia Oxfam son moneda corriente.

Después de un año, algunos ya sienten Corail como su casa. Mientras sus amigos remontan barriletes hechos con bolsas de arroz de ayuda internacional, el joven Pirí recoge agua potable de una cañería recientemente puesta en marcha.

‘Me gusta tener agua fresca cerca, donde yo vivía antes del terremoto no teníamos esto’, dice.

Y con una media sonrisa agrega: ‘Llevamos mucho tiempo ya acá. Mi padre dice que le parece que vamos a quedarnos aquí. ¿Dónde vamos a ir si no, si la ciudad está todavía llena de escombros?’


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