RD, un destino turístico inmune a la pandemia

Algunos venían por la playa, otros por el sol, otros eligieron este destino porque, en ese momento, las cifras de COVID-19 parecían razonables. Muchos lo prefirieron a los complejos turísticos porque parecía más sencillo llegar. A otros les gustaba la idea de no tener que hacerse una prueba para entrar al país.

Conjunto, eran un total de 25 huéspedes, en su mayoría estadounidenses, canadienses y británicos, que disfrutaban de la piscina para adultos del “Club preferente” del Dreams Palm Beach Punta Cana un fin de semana reciente, aun cuando la variante ómicron del coronavirus había causado que el número de casos alcanzara cifras históricas en República Dominicana. La piscina, que mide unas diez sillas tumbonas de ancho, ofrecía un apacible retiro de la bulliciosa piscina principal, que serpentea desde el bufé hasta la franja de playa que el complejo comparte con otros 90 centros vacacionales todo incluido.

En la zona preferente, una profesora de Chicago leía tranquilamente un libro mientras los nuevos amigos del complejo, procedentes de Míchigan y Ontario, charlaban sobre si la mujer que pasaba todo el tiempo en la terraza privada de su habitación, situada a tres tumbonas de distancia, estaba en cuarentena.

Estaban bastante seguros de que así era, dado que no había salido de su habitación durante días. Era una lástima. También lo era el hecho de que al menos otros tres huéspedes de esa área habían dado positivo desde que llegaron. Ellos, junto con todos los demás visitantes que llenaron la mayoría de las aproximadamente 42.000 habitaciones del hotel de Punta Cana ese fin de semana de enero, formaban parte de lo que muchos consideran una rara historia de éxito del turismo pandémico.

Además, Punta Cana no es el único destino que está en auge en República Dominicana. Las Terrenas, una pequeña ciudad costera que suele atraer a un público al que no le gustan los hoteles todo incluido, se ha vuelto mucho más popular durante la pandemia.

Estrategia poco convencional

Las cifras de visitantes de República Dominicana tienen que ver, en parte, con la estrategia poco convencional que ha adoptado para obtener una ventaja competitiva. A diferencia de la mayoría de los destinos de playa del Caribe, el país no pide a la mayoría de los viajeros certificado de vacunación, prueba de COVID-19 o guardar cuarentena. En cambio, las autoridades han optado por enfrentar la COVID-19 promoviendo la vacunación y el uso de tapabocas entre quienes interactúan con los turistas. Casi la totalidad de las 174.000 personas que trabajan en el sector turístico están vacunadas, según el Ministerio de Turismo.

Y aunque los complejos turísticos con todo incluido solo requieren una reserva para entrar, muchos bancos, instituciones gubernamentales y algunos centros comerciales exigen un comprobante de vacunación o una prueba PCR reciente.

“Sabíamos que era un riesgo y quisimos asumirlo”, declaró Jacqueline Mora, viceministra de Turismo, en una entrevista telefónica. La estrategia ha funcionado, añadió, y señaló que el país calcula que obtuvo ingresos por alrededor de 5700 millones de dólares del turismo el año pasado, mientras mantiene una tasa de letalidad por COVID-19 inferior no solo a la de México, el otro gran destino de playa que ha adoptado un enfoque igualmente laxo respecto al ingreso del turismo, sino también a la de muchos países mucho más restrictivos, incluido Estados Unidos. Hasta hace no mucho, pocos se oponían. Pero a medida que la variante ómicron ha hecho que las tasas de COVID-19 aumenten varios centenares por ciento en República Dominicana (ahora clasificada como de nivel 4, o de riesgo “muy alto”, en el sistema de clasificación de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos), infectando a muchas personas vacunadas, han aflorado resentimientos latentes entre algunos médicos, políticos y empleados de los centros turísticos por la decisión de permitir que los turistas se salgan con la suya.

A principios de enero, más de una decena de legisladores respaldaron una propuesta, apoyada por el presidente del Colegio Médico, la mayor asociación de médicos de República Dominicana, en la que se instaba al presidente Luis Abinader a exigirles a los visitantes pruebas de detección y de vacunación recientes. La propuesta califica la política actual de “discriminatoria”, dado que “los residentes dominicanos deben contar con un certificado de vacunación o una prueba de PCR negativa reciente, mientras que los visitantes no se enfrentan a los mismos requisitos para ingresar a territorio dominicano”. El 31 de enero, el gobierno iba a empezar a exigir a los bancos, centros comerciales, restaurantes y medios de transporte público que pidan pruebas de que los clientes recibieron la vacuna de refuerzo. Los aeropuertos y los complejos turísticos con todo incluido no se verían afectados.

Olvidarse del tapaboca

Michael Rogers, londinense de 28 años, planificador de eventos, que estaba celebrando una luna de miel tardía en Punta Cana, dijo que Australia había sido su primera opción, pero las fronteras de ese país seguían cerradas a los visitantes. “Somos los conejillos de indias de nuestra familia. Si no nos contagiamos”, dijo, refiriéndose a la variante ómicron del coronavirus, “todos saldrán de vacaciones”.

En 2021, casi la mitad de los turistas extranjeros que fueron a República Dominicana se hospedaron en Punta Cana, en complejos turísticos como el Dreams o el Iberostar Grand Bávaro en la popular playa Bávaro. Cada uno de los casi 90 complejos todo incluido de la zona son un poco diferentes: algunos son centros de fiesta para fraternidades universitarias, otros son maravillas minimalistas. Algunos sirven pan duro. Otros sirven torres de ceviche fresco. Algunos están dirigidos a estadounidenses, que constituyeron casi el 60 por ciento de todos los visitantes de República Dominicana el año pasado. Otros atraen a europeos, latinoamericanos y canadienses, que representan la mayor parte del 40 por ciento restante.

El Dreams Palm Beach Punta Cana, de 500 habitaciones, se encuentra en un punto intermedio en cuanto a precio y valoraciones de TripAdvisor. Un viernes reciente, los miembros del personal revisaban la temperatura de los visitantes a su llegada y les ofrecían chorros de desinfectante de manos junto con una copa de champán. Al hacer su registro, muchos huéspedes ya no llevaban puestos los cubrebocas del avión, pero era casi imposible encontrar a algún trabajador que dejara asomar la nariz. Este fue el primer indicio de que los huéspedes y los empleados siguen reglas distintas.

Huéspedes contentos

“Llevamos dos años seguidos lidiando con esto y a veces solo quieres tirar la toalla y vivir un poco”, dijo Cara McQueeney, de 27 años, una trabajadora de la salud mental de Concord, Nuevo Hampshire, mientras ella y su novio esperaban su última cena junto al mar. No era su intención descuidarse; había estado evitando los bufés. Pero se alegraba de no tener que usar tapaboca.

Lidiar con la COVID es más razonable en República Dominicana, dijo Gaelle Berthault, de 45 años, en otro momento de ese fin de semana. Ella, su marido y su hijo de 9 años se trasladaron a Santo Domingo desde Bretaña a principios de la pandemia porque estaban hartos de las restricciones a las que se enfrentaban en Francia, dijo mientras estaba en el porche de una cabaña de color turquesa en Las Terrenas, en la costa norte del país. Le molestaba tener que llevar un permiso emitido por el gobierno en sus paseos, que tenía que limitar a uno al día.

Desde que encontró un nuevo trabajo en Santo Domingo, se siente más libre. Los fines de semana, su familia explora ciudades costeras como Las Terrenas, donde su hijo puede pasar la mañana en la piscina de un hotel boutique antes de aventurarse en una playa. En Santo Domingo, los ómnibus públicos exigen a veces una prueba de vacunación, pero ella nunca se ha subido en uno.

Fuente: https://www.elpais.com.uy/


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

*