¿Por qué los ‘Tyrannosaurus rex’ tenían esos bracitos tan cortos?

Comenta

La evolución es una constante pérdida. Es falso que se avanza desde lo más simple hacia lo más complejo. El camino del progreso es exactamente inverso; el futuro es simple. Al menos cuando las decisiones las toma la naturaleza. Así lo creen los paleontólogos que intentan entender por qué uno de los depredadores más enormes de la historia, el famoso T-Rex, tenía los brazos tan diminutos.

Puede que el cine tenga algo de culpa en la sensación de extrañeza. Ha hecho del icónico Tyrannosaurus rex un villano con armas cada vez más inverosímiles. No era el carnívoro más grande ni un cazador desaforado. Tampoco el más rápido. Y poca utilidad tenían el par de extremos con apariencia de atrofia. Nadie sabe, sin embargo, el motivo. La causa de esa desproporción alimentó diversas especulaciones científicas: desde el sexo a la violencia. Todas, con el mismo resultado: la incertidumbre.

La brevedad de las extremidades superiores no es exclusiva de los conocidos coloquialmente como T-Rex. Caracterizó a todos los terópodos de manera progresiva. No solo fueron siempre cortas, sino que lo fueron cada vez más a lo largo de la evolución y en todas las especies del grupo, de manera independiente. Es como si en todos los casos los genes de esos bestiales cuerpos bípedos hubieran llegado a la misma conclusión por separado. Unos brazos destinados a la mínima expresión. ¿Para qué les servían? Hay al menos seis respuestas posibles.

Para que sus colegas no se las muerdan

El paleontólogo Kevin Padian, de la Universidad de California, ha publicado este año, en la revista Acta Palaeontologica Polonica, una posible explicación para el rasgo más raro de todos los terópodos. “Las extremidades anteriores se acortaron en el contexto de la ecología del comportamiento: el gran cráneo y las mandíbulas proporcionaron todos los mecanismos depredadores necesarios y, durante la alimentación en grupo de los cadáveres, se seleccionó la reducción de extremidades anteriores para mantenerlas fuera del camino de las mandíbulas de grandes depredadores, evitando lesiones, pérdida de sangre, amputación, infección y muerte”, resume en su artículo. El comportamiento, sin embargo, es uno de los aspectos más difíciles de descifrar a partir de algo tan inerte como un fósil.

Thomas Holtz, paleontólogo estadounidense de la Universidad de Maryland y experto en carnívoros gigantes de Norteamérica, ve lagunas en la teoría de Padian.

“Estoy de acuerdo en que los brazos de los Tyrannosaurus y otros terópodos gigantes podrían morderse accidentalmente si muchos individuos se estuvieran alimentando a la vez, pero me pregunto si esto sucedió lo suficientemente a menudo como para ser una presión selectiva para la reducción del tamaño del brazo”.

Aun así, no era un gran banquete. Las presas que podían comer, en lo que hoy es Estados Unidos, no eran tan grandes como para compartirlas. “No tenemos pruebas de que los tiranosaurios comían juntos. Hay que ver las presas que tenían, para cuánto alcanzaría. No es que cazaran grandes saurópodos porque en el momento —y en el lugar— en que vivían no había bichos de decenas de toneladas. De hecho, probablemente las presas de los tiranosaurios tenían un tamaño corporal menor al de ellos”, sopesa Juan Canale, paleontólogo de la Patagonia argentina e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET).

La hipótesis de Padian tampoco convence al paleontólogo italoargentino Damiano Palombi, becario en la misma institución. “Como humanos y como paleontólogos tratamos de buscar una justificación para todo, pero lamentablemente tenemos que pinchar el globo porque al final no siempre es así”. Según él, “la verdad es que los organismos son seleccionados por entero, no por elementos en los que cada uno tiene una función”. Algo así como que la evolución es integral y eso, a veces, puede significar el perjuicio de una característica en favor de otra. Palombi cree que, por ejemplo, para mejorar la depredación, la energía evolutiva se centró en la mandíbula y el cráneo, dejando en un segundo plano los brazos. “Para permitir que la cabeza sea más grande, más libre y la musculatura del cuello más poderosa, liberando un poco la escápula de la función de mover los brazos y dando más capacidad a la cabeza de moverse, de depredar”, explica.

Es por eso por lo que le interesa aclarar que “la razón no es funcional; es evolutiva”. En todo caso, la función es una consecuencia de la adaptación a ese cambio.

Hacemos lo que podemos con lo que la evolución hace de nosotros. “Yo podría decir que mis manos están perfectas para escribir en un teclado, pero no fueron seleccionadas para eso, sino para otras funciones que tal vez están relacionadas con mi brazo, y eso llevó a que mi mano tuviera las características actuales”, compara Palombi. “Algunos órganos pierden una función o la van cambiando y no siempre podemos ver el proceso. Mejor dicho, nunca lo vemos. Solo conocemos el resultado final”, concluye.

Cosa de jóvenes

Una de las teorías más sólidas es la vinculada al crecimiento alométrico. Es decir, la maduración desigual de los órganos o partes del cuerpo de un animal. Los brazos de los terópodos, desde esa perspectiva, podrían no haber sido tan ridículamente pequeños desde siempre. Canale, padre del Meraxes gigas —uno de los últimos terópodos descubiertos— confía en esta idea. “Tal vez a los juveniles, que tenían los brazos más largos, les serían más útiles para cazar. Los tiranosaurios, por ejemplo, son un grupo que crecía muy rápido en los primeros años de vida. Seguramente uno de poca edad, de un par de metros de largo y unos cientos de kilos de peso, no se alimentaría de la misma manera que un bicho de más de 10 metros de largo y ocho toneladas. Tendría modos de caza o de alimentación diferentes. Probablemente, los brazos un poco más desarrollados en las formas juveniles hubieran sido más útiles”.

Ese ritmo desparejo del cuerpo nos es familiar. “Es muy común en todos los vertebrados. No así en los insectos, en los que el crecimiento es isométrico. Un insecto pequeño comparado con uno más grande es igual en proporciones. Crece parejo todo el cuerpo. En los humanos no es así. Los bebés son cabezones, la cabeza es casi la mitad del cuerpo. Y en el transcurso de la ontogenia, en el desarrollo del crecimiento, aumenta mucho menos en proporción que el resto del cuerpo”, compara Canale. Las especulaciones aparecen cuando no se tienen ejemplares de cada estadio para contrastar. Como ocurre con muchos dinosaurios, como el terópodo Giganotosaurus carolinii, del que se conocen dos, y uno es apenas un trozo de mandíbula. Afortunadamente, no es el caso del T-Rex, al que Holtz conoce en detalle. Él está absolutamente de acuerdo con Canale y Palombi. “En el Tyrannosaurus rex, un individuo joven tiene un húmero (el hueso superior del brazo) del 40% de la longitud del fémur (el hueso del muslo) y en un adulto de menos del 30%. Así que los brazos se vuelven progresivamente más inútiles con un cuerpo más grande. Al mismo tiempo, el tamaño y la fuerza del cráneo se vuelven mucho más poderosos. De modo que los terópodos gigantes más jóvenes podrían haber agarrado la comida con los brazos, pero estos se volvieron básicamente inútiles cuando los animales se desarrollaron completamente”.

Los argentinos se apoyan en las ideas del estadounidense. “Los brazos cortos de los Tyrannosaurus tienen que ver con el crecimiento alométrico. Thomas Holtz lo dijo. El adulto cazaba otras cosas y tenía como arma principal el cráneo gigante, enorme en relación con el resto del cuerpo, armado con dientes muy grandes, con una capacidad y fuerza de mordida muy elevada, por lo que el brazo no le hacía falta”, afirma Canale.

Se trata de una apología del despojo que Palombi apuntala con literatura. “Hay un libro de Jay Gould, La vida maravillosa, que justamente comienza comentando esto: que la evolución trabaja por sustracción. Va cortando cosas, no agregando. Los organismos más antiguos tenían más segmentos, por lo que se da una constante pérdida de elementos”. Canale agrega definiciones que suenan a la cuarta revolución industrial, aunque las pronuncia a propósito de un mundo extinto. “Y la especialización de los que quedan”, añade levantando las cejas, con una sonrisa contenida, admitiendo la doble lectura. “Si un organismo siendo simple está bien adaptado a su entorno, perdura. Los más antiguos, de 3.000 millones de años, siguen vivos. No siempre es de más simple a más complejo. A veces es, incluso, al revés”.

Sexo, siesta y absurdo

Las otras cuatro teorías son las que cosechan menos adeptos. Una de las primeras estuvo relacionada con el sexo, y la estableció quien bautizó al T-Rex, Henry Osborn, en 1906. Él creía que esos bracitos con potentes inserciones en los hombros podrían haber servido de agarraderas para sujetar a una pareja durante la cópula, pero ya nadie lo cree. La brevedad de esas extremidades, que ni siquiera alcanzaban a tocarse entre sí, apenas hubieran servido para rasguñar la piel de alguien más. Palombi no lo concibe. “Faltan estudios para verificar la fuerza necesaria para retener un cuerpo de varias toneladas que se mueve durante la cópula”.

Una idea un poco más atrevida sugiere la exhibición sexual. Para eso, hay que imaginar un T-Rex con plumas y agitando sus bracitos en círculos. Un rey-lagarto-tirano bailarín y emplumado. No podría ser peor para su reputación de villano en decadencia. Palombi cree que es interesante porque “se integra con la idea de que el Tyrannosaurus haya estado recubierto por plumaje, el cual podría haber sido útil tanto para la reproducción como para otras interacciones comportamentales”. Aunque admite que no tiene mucho sentido llamar la atención de alguien con un artilugio insignificante. Canale también duda.

“Generalmente, los atributos destinados a atraer al sexo opuesto son cosas que están exageradas, no disminuidas”. Palombi contrasta con el ejemplo de los pavos reales, cuya cola multicolor deslumbra incluso a la especie humana. Para Holtz, sin embargo, no suena tan descabellada. “No creo que tengamos evidencia positiva para la hipótesis de exhibición sexual en los brazos de Tyrannosaurus rex. No obstante, es una especulación perfectamente razonable. Una razón por la que los brazos no se perdieron por completo es que podrían haberlos agitado en alguna forma de exhibición social”. A su favor, el documental Planeta Prehistórico, estrenado en mayo por BBC Studios en Apple TV, recrea ese singular comportamiento en otro terópodo. Palombi la considera “una escena muy cómica”, pero el humor puede resultar muy seductor. “Es un Carnotaurus macho que, como un ave actual, hace toda una exhibición alrededor de una hembra, un baile como hacen las aves, y al final mueve los reducidos bracitos en círculos”.

Otra idea argumenta que los brazos podrían haberles servido de empuje para levantar el cuerpo desde el suelo. Como para erguirse después de una siesta. A Palombi le cuesta imaginarlo. “Me parece muy raro tratar de levantar cinco toneladas de terópodo con los brazos sin pensar que las piernas eran mucho más funcionales”. La teoría se estableció basándose en unas huellas de tiranosaurio que unos investigadores asociaron con una presión hacia el suelo en un intento de levantarse. “Yo creo que a animales así, por la conformación que tenían del cuello y de las vértebras, les era más útil hacer un movimiento arqueando el cuello y empujando las patas para levantarse bien. Porque los músculos de la espalda estaban sumamente desarrollados”, analiza Palombi. Para dejar en claro lo absurda que le suena la idea, arroja una pregunta ejemplificadora: “¿Alguien que tiene muy bien entrenada la espalda, como por ejemplo una persona que hace natación, trata de levantarse utilizando los meñiques?”.

Cabe, finalmente, la posibilidad de que los extraños bracitos de los terópodos no sirvieran para nada. Al no contar con animales similares en el presente, la imaginación científica se queda, a veces, sin salida. “A la dificultad de conocer con precisión la utilidad de los brazos se suma que no tenemos análogos actuales: un animal bípedo, carnívoro, de gran tamaño, con una cabeza proporcionalmente muy grande con respecto al cuerpo, de brazos chiquitos, no hay nada”, explica Canale. “Los brazos pueden parecer algo vestigial o algo que quedó ahí sin uso, pero yo creo que la teoría de que no tenían ninguna utilidad está ya descartada”.

Porque si bien los brazos eran cortos, los huesos eran robustos, la inserción muscular era sólida y la unión de la extremidad con el tórax, enorme. “Es difícil pensar que todo eso estaba ahí para no usarlo. Algún tipo de utilidad yo estoy seguro de que tenía. El tema es ¿cuál?”, se pregunta el paleontólogo. La respuesta sigue enredada en el misterio.

Fuente: https://elpais.com/


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

*