Periodista de viajes Sergi Ramis da consejos en cómo sobrevivir a los peores hoteles
Barcelona.- Las ha pasado canutas en algunos de los 3.000 hoteles que ha visitado durante 30 años de incansable trasiego por el mundo. Ahora, el periodista de viajes Sergi Ramis recopila algunas de esas experiencias y da consejos a los viajeros en Cómo sobrevivir a los peores hoteles, una mezcla de manual de recomendaciones para elegir hotel y divertido recopilatorio de anécdotas que publica La Editorial Viajera.
Horror en la habitación
Algunas de las peores experiencias de Ramis fueron en aquel antro de Zimbabue donde las habitaciones no tenían puerta y pululaban hombres que no daban demasiada buena espina. También en aquel prostíbulo de Borneo repleto de gente embrutecida por el duro trabajo en la selva. En una habitación israelí irrumpieron de madrugada dos rusos borrachos, y en la República Popular del Congo durmió en el suelo de un almacén de bidones de gasóleo. Eso sin contar las innumerables veces que tuvo que lidiar con sábanas sin cambiar, las almohadas ausentes, los ronquidos y pies olorosos en albergues, o los anfitriones rígidos y malhumorados por doquier.
Pequeño es mejor
“Prefiero hoteles pequeños, casas particulares, pequeñas empresas porque permiten un contacto más directo con los locales, favorecen la economía de la zona y son menos invasivos”, dice Ramis. “No tiene sentido viajar al otro lado del mundo para vivir igual que en casa”.
Hospitalidad asiática
La cercanía es más fácil de encontrar en países asiáticos que en Europa. “En el Himalaya no hay carreteras, allí descubres de verdad, a pie, lo que es un kilómetro”, cuenta el viajero, “allí proliferan los lodges, refugios de montaña de agricultores que te acogen en su propia vivienda”. Según cuenta, te cocinan lo que quieres, te calientan agua para una ducha y abunda la hospitalidad. “Muchas veces en países con gran afluencia turística como España nos hemos olvidado de esa hospitalidad”, lamenta.
La restricción lleva a la relajación
En India proliferan los ahsrams o casas de meditación, llenas de prohibiciones: fumar, beber, llegar tarde, cantar, mantener relaciones sexuales⦠“Estuve en uno en Pondicherry donde tardaron varios minutos en enumerarme la lista de prohibiciones”, cuenta el autor. “Al menos tenía vistas al mar y no estaba prohibido mirar las olas”. A pesar de todo, son lugares muy relajantes, como lo son, más cercanos, los monasterios y conventos, otra buena opción de alojamiento para olvidarse de todo. “Las hijas de la Caridad de Carrión de los Condes (Palencia) me trataron como un bebé y hasta vinieron a ver si estaba bien arropado”.
Vaya sitios más extraños
“En el salar de Uyuni (Bolivia), el mayor desierto de sal continuo y alto del mundo, me alojé en un hotel construido completamente con sal de roca”, explica Ramis. Las sillas, las mesas, las paredes, los techos, las camas, todo menos los inodoros estaba construido con este material comestible. “Resultó frío e incómodo, pero sobre todo por los encargados del establecimiento, que se esforzaron en ser desagradables”. Otros hoteles curiosos que Ramis ha conocido son pensiones-frutería, un templo japonés, alojamientos en árboles o una pensión-cueva en Capadocia (Turquía), excavada en las cenizas petrificadas del volcán Erciyes.
Dentro de la cápsula
“En los hoteles cápsula japoneses el espacio es más o menos el de un gran féretro donde el huésped dispone de una minúscula pantalla de televisión y una persianita a modo de puerta. Es toda la intimidad que se puede conseguir”, relata Ramis. Tienen pegas: muchos de ellos no aceptan extranjeros, o son solo para hombres, o son frecuentados por oficinistas borrachos o son más caros que una pensión tradicional.
A favor del “hotel poligonero”
“Llamo âhoteles poligonerosâ a esos hoteles de extrarradio, cerca de polígonos industriales, que parecen un aburrimiento pero que son correctos, ofrecen buen precio y un ambiente familiar. Son como cámpines con techo”, dice Ramis. En cambio, los hoteles de carretera le resultan “invariablemente deprimentes”, con bar semivacío con parroquianos y tragaperras y habitación triste y mal iluminada. Las posadas de caravana, que abundan en la extinta Ruta de la Seda (por Turquía, Siria o Pakistán), evocan sueños de Las mil y una noches.
Arriba, el firmamento
“Irónicamente se ha llamado así a acampar: el hotel de las mil estrellas. Tal vez la primera vez que se le dio ese nombre fue con tintes románticos y luego se convirtió en sinónimo de âlugar para pringados que no tienen ni para una pensión”, escribe Ramis, quien, sin embargo, no le hace ascos. También señala incomodidades de los cámpines: baños comunitarios, las noches de tormenta, el olor a sardina a la brasa o la telenovela a todo volumen de los vecinos de parcela.
Pisos gentrificadores
Ramis alerta sobre la explotación comercial del centro de las ciudades pervirtiendo una iniciativa positiva. “En el sentido de la hospitalidad, los pisos turísticos, ahora tan de moda, podrían haber sido una buena idea, con un trato cercano basado en la economía colaborativa, pero muchas veces esa idea se pervierte y conduce a la gentrificación de las ciudades, como la que se vive en Barcelona o en Venecia, donde los autóctonos han sido arrinconados”.
Un consejo: no se lo tome a la tremenda
Por último, si en su experiencia hotelera algo sale mal, no se preocupe y tómeselo con humor: “Al final lo que siempre recordaremos de un viaje y contaremos como anécdota es todo aquello que no salió como estaba planeado”, concluye Ramis.
Fuente: http://elviajero.elpais.com/