Niños que lo perdieron todo no podrán ir a la escuela

La tarde del sábado, María Elena Acosta y su familia se vieron obligadas a salir de su hogar para proteger sus vidas y no ahogarse en el río Isabela, que penetró en su hogar en La Zurza tras las fuertes lluvias.

Los torrenciales aguaceros y el aumento repentino del caudal, no le dieron tiempo a sacar sus ajuares, que quedaron en estado deplorable.

“No nos quedó nada”, dijo María Elena.

Mientras conversaba con reporteros de Listín Diario, la dama externó que una de sus mayores preocupaciones era que se había perdido la ropa de sus hijos, incluyendo sus escolares, por lo que no sabía cuándo estos se reintegrarían a la escuela, debido a que no cuenta con recursos para comprar los uniformes y útiles escolares.

A pesar de que el presidente de la República, Luis Abinader anunció la suspensión de docencia para este lunes y mañana martes, los problemas de Acosta, quien perdió todos sus ajuares, y la falta de recursos económicos apuntan a una postergada ausencia de sus hijos en su educación.

“La ropa y uniformes de los niños estaban en un gavetero que por la rapidez no nos dio tiempo a sacar, todo eso se fue”, expresó María Elena.

Con un rostro afligido, la madre contó que no trabaja y su familia se sostiene a base del trabajo de su esposo, quien es motoconcho.

Sus niños con 9 meses y otros tres con edades correspondientes a 14 años, 11 y 10 años, perdieron “lo poco que tenían”.

Los más grandes ayudaban a limpiar la casa, su padre sacaba agua del río para echarle al piso, mientras Acosta observaba por unos segundos su ropa y la de su familia enlodada y acumulada en la acera.

Respecto a sus menesteres, Acosta declaró que solo pudieron salvar una cama “y a medias porque está toda sucia y mojada”, no obstante, sus muebles, electrodomésticos fueron arrastrados por las corrientes del agua y otros quedaron inservibles.

“No tenemos nada material, pero gracias Dios estamos vivos; eso es lo importante”, dijo Acosta.

Asimismo, al ser preguntada sobre la respuesta de las autoridades, esta destacó que cuando el agua iniciaba a penetrar su vivienda, realizó varias llamadas al Cuerpo de Bomberos y al Sistema Nacional de Atención a Emergencias y Seguridad (911), pero que no recibió socorro.

Agregó que después de la lluvia ningún organismo o autoridad había ido hacia la localidad para realizar algún levantamiento o brindar ayuda. Así como María Elena, todas las personas que residen en la ribera del rio Isabela, en La Zurza, sufrieron innumerables pérdidas.

Eustacio Canario también quedó sin nada a causa de la inundación. El señor indicó que vive junto a su hermana, quien está “desesperada porque perdimos todo”.

Sin embargo, en la tristeza e impotencia de quedarse sin nada, Canario expresó su profundo sentir por la muerte de dos pollitos, los cuales no pudo rescatar a tiempo.

De acuerdo a sus palabras, posee ocho gallos y una gallina, que al momento de la crecida repentina del caudal, tuvo que rescatar y trasladar hacia un lugar seguro.

“La gallina yo la llevé a un apartamento y la dejé segura”, afirmó.

No obstante, lamentó que no hubo tiempo para rescatar a sus otros dos ‘pollitos’.

De igual forma, Eustacio denunció que la cuando Diandino Peña estaba al frente de la Oficina para el Reordenamiento del Transporte (Opret), este les prometió reubicarlos en unos apartamentos, los cuales ya construidos “quieren dárselos a personas que viven en Guajimía”.

“Nosotros le pedimos al presidente Luis Abinader que se compadezca de nosotros, necesitamos esos apartamentos para vivir dignamente”, externó.

Héctor Emilio Sánchez, narró que al ser de una edad muy avanzada y tras sufrir de varias enfermedades ya no puede trabajar, pero que poseía equipos de música, como bocinas, que alquilaba para fiestas y con eso sobrevivía.

Pero tras el desbordamiento de las aguas del río, perdió sus equipos y ahora no sabe cómo sobrevivirá.

Tras un equipo de Listín Diario recorrer el entorno de La Zurza, pudo observar que las historias era muy similares, unas más desgarradoras que otras.

Niños, adolescentes, jóvenes y ancianos no les quedó más que su morada techada de zinc, con goteras y con el lodazal cubriendo el piso y las paredes.

Desconsolados y asegurando no haber sido “ayudados o socorridos por ninguna autoridad”, las personas se concentraban en sacar la tierra de sus hogares y revisar lo que aún les podía servir. Al momento, manifestaron sentirse “agradecidos con Dios” porque en su entorno no hubo pérdidas humanas.


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