Menos Palacios y más institucionalidad

La sociedad dominicana en su conjunto debería ponerse de acuerdo a los fines de desterrar espurios símbolos, heredados de períodos históricos de no grata recordación, como sería cambiar los nombres a la gran cantidad de “Palacios” que tenemos.

Contar en este pequeño y empobrecido país con un Palacio Nacional, un Palacio de la Policía Nacional, y hasta un Palacio de los Deportes; mientras que en cada una de nuestras treinta y una provincias encontramos un Palacio de Justicia, un Palacio Municipal, y en algunos casos un Palacio de la Gobernación.

Esto podría ser una demostración de lo arraigado de la cultura monárquica y mesiánica que subsiste dentro de la mentalidad de quienes han tenido la responsabilidad de dirigir los destinos del pueblo dominicano.

Esa proliferación de “Palacios” ha conllevado hasta a un irrespeto a la majestuosidad con la que se asocia un edificio que lleve ese nombre en otros lugares del mundo, y que se entiende como la residencia de una figura pública de alta jerarquía o la sede de importantes instituciones gubernamentales.

En el caso del Palacio Nacional, cuyo diseño y construcción fue confiado por el dictador Rafael L. Trujillo Molina, en el año 1939, al arquitecto italiano Guido D’ Alessandro, no hay dudas que es una honrosa excepción en cuanto al lujo y detalles de su arquitectura.

¿Pero por qué no cambiarle el nombre de Palacio Nacional por el de Casa de Gobierno Juan Pablo Duarte?

¿Por qué llamar Palacio de la Policía Nacional a ese horrible y feo edificio que aloja a los altos mandos de nuestra respetable institución del orden público?

¿O a esos destartalados edificios que albergan importantes oficinas públicas en las ciudades principales de nuestras provincias?

Entonces no es de extrañar que también existan “Palacios” para el chicharrón, talleres de reparación de vehículos, las tripitas, las yaniqueques, los pasteles en hojas, los chimichurris, y hasta para cualquier lugar de expendio de bebidas alcohólicas de dudosa reputación; aclarando que con esto no nos referimos a ningún negocio en particular, y que muy por el contrario respetamos la honestidad y laboriosidad de esos dominicanos que abnegadamente trabajan para el sustento de sus familias.

Soy de opinión que necesitamos menos “Palacios”, pero mucha más institucionalidad.


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