Maestro Banilejo conocido como moreno siembra raíces dominicanas en New York
Avanzando contra el ventarrón, las inmensas gotas del torrencial aguacero le impactaban la cara y el pecho; eran frías y sólidas, como granizos, insistentes, persistentes, punzantes y penetrantes, como las lenguas de mil pájaros carpinteros.Movía su baja estatura y escasa musculatura sin prisa, como si no sintiera la lluvia ni el viento. Como si no tuviera adónde ir, porque nadie lo esperaba en ningún lugar, como si llevara todo lo importante para él a cuestas, en esa inmensa bolsa plástica oscura, de poner basura. Había salido del sótano donde funcionaba Alianza Dominicana, la organización de servicios comunitarios donde se ganaba el pan de sus hijos hasta ese momento, cuando renunció, salió y echó a andar bajo la lluvia.
Juan Villar era una tormenta humana perfectamente invertida, afuera estaba el ojo irradiando paz absoluta, adentro los poderosos vórtices lo destrozaban todo. Los aguaceros torrenciales son transformacionales en la literatura universal y la vida real, el “diluvio” duró 40 días, en Macondo llovió 40 años; ambos cambiaron el mundo. Este era el aguacero de las 18 cuadras que tranformó a Villar en transformador de vidas.
Era 1988 y Villar iniciaba, sin saberlo, otro cambio cíclico, como se produce cada década en su vida. En el 1989 ingresó al Departamento de Educación como ayudante de profesor, desde el 1999 dirige la Escuela Secundaria Gregorio Luperón de Ciencias y Matemáticas. Y en el 2009 cimentó la presencia dominicana en Nueva York como nadie lo había hecho antes, ni después.
Moreno, como lo conocen en Baní, llegó en 1978. Desde el 1979 trabajó como operario fabricando ropas, sombreros para judíos y fue ayudante de construcción, mientras estudiaba inglés. “Sólo dormía cinco horas diarias, no necesitaba más, es cuestión de disciplina”, dice antes de añadir, “no creo en seres humanos inteligentes, sino en seres humanos disciplinados”.
Su disciplina lo llevó de dirigente antiimperialista, a dirigir una escuela donde prepara cerebros para garantizar el dominio imperial estadounidense. Y mantiene sus principios revolucionarios.
Reinventando la Coherencia
En Baní lo conocían como Moreno y se mataba con cualquiera por el partido, único camino de transformación, de la revolución. En Nueva York sigue “matándose” con cualquiera, pero aquí pelea por las escuelas, convencido de que sólo la educación materializará las promesas de la revolución: solidaridad, equidad económica y social. “Los seres humanos educados son los únicos capaces de liberarse a sí mismos y ayudar a liberar a otros”, dice.
Estados Unidos pierde su liderazgo científico y económico mundial por sus bajísimos niveles académicos en ciencias y matemáticas. Silicón Valley, la meca informática, está llena de inmigrantes hindúes, chinos, coreanos, japoneses y de otras naciones. Preparando cerebros nacionales para ese mercado laboral, crearon escuelas secundarias especializadas en Ciencias y Matemáticas. La Luperón de Washington Heights, es una de ellas, está llena de dominicanos. Lleva varios años sacando una “A” de excelencia, en una evaluación anual del Departamento de Educación. En el 2008 fue la mejor entre las 1,500 escuelas neoyorquinas, su nota fue “100.4 de 100”.
Educar a inmigrantes dominicanos y sus descendientes, liberándolos de la ignorancia, dándoles acceso al auténtico poder que da la educación, para Villar, es una tarea esencialmente revolucionaria.
En la Luperón se ligan el pasado dominicano con el presente y el futuro neoyorquino de manera curiosa.
Sembrando raíces
Las escuelas neoyorquinas fueron fundadas con números, luego les añadieron nombres a algunas. La 132 de Manhattan, por ejemplo, fue nombrada Juan Pablo Duarte, y la 290 de Brooklyn, Juan Bosch. La Luperón nació con nombre e identidad propia, siempre exhibiendo una excelencia académica extraordinaria, aunque funcionaba en un viejo edificio de cuatro pisos sin ventanas.
Villar puso sus experiencias organizando células partidarias en Baní, a organizar la comunidad para luchar por un edificio nuevo para su escuela. Hoy, la Luperón es la primera escuela construida en Nueva York honrando a un prócer dominicano. Ningún político lo logró, fue la comunidad, organizada por Villar.
Él estuvo junto a Myrna Cubilette y otros educadores que fundaron la Luperón en 1993. Para entonces ya él había completado su maestría en psicología en New York University (NYU), era orientador académico y tenía todas las licencias, incluida la de director de escuelas. “Así aseguraba que me mantendría empleado por largo tiempo”, explicó.
Villar transformó la escuela, de un centro de transición para estudiantes recién llegados, con deficiencias académicas, a una escuela especializada en ciencias y matemáticas.
Sus egresados asisten a las más prestigiosas universidades del país como Cooper Union, Bard College, Binhampton University, Marist College, entre otras.
“La gran lucha sigue siendo contra el individualismo y el âyoísmoâ”, comenta. “Trabajando juntos somos más efectivos, le servimos mejor a la comunidad. El objetivo es tener una presencia sólida en esta nación y eso no puede lograrse de manera individual”, asegura.
Y planea “hermanar” la Luperón con una escuela dominicana, buscando educar mejor a una población estudiantil flotante entre República Dominicana y Nueva York. Esoà “iniciaría un rico proceso de intercambio que, teniendo como eje central a los estudiantes, busque transformar las prácticas pedagógicas en ambos países para lograr un producto de más alta calidad, rendimiento y competitividad en el mercado universal de talentos”.
Sus estudiantes viven atrapados entre dos realidades nacionales; muchos inician sus estudios en República Dominicana y terminan en Nueva York. Representan una generación bilingüe, transnacional, con una visión más amplia del mundo, mejor preparada para materializar sus sueños y aspiraciones. “Ese es el objetivo de todo el esfuerzo que uno pone en este asunto para preparar a estos muchachos”, puntualiza el educador banilejo.
Los 500 estudiantes de la Luperón, impecablemente uniformados, parecen los más disciplinados de todos los niños dominicanos. La escuela es una de las pocas sin detectores de metales a la entrada y está entre las más seguras de la ciudad. Tiene un cierto discreto de colegio privado para niños ricos, y los oficiales de seguridad escolar actúan como empleados de recepción. Quien entra a la oficina primero ve el inmenso retrato de Luperón, e inmediatamente respira el ambiente de un barrio dominicano; todos hablan español y se tratan como parientes, amigos o vecinos.
Luperón, el hijo de una inmigrante de St. Thomas, dedicó su vida a luchar contra el colonialismo español, y promover la unidad caribeña contra la dominación imperial. Después, los boricuas Pedro Albizu Campos y Baldorioti de Castro recorrieron el archipiélago predicando su evangelio de unidad, donde un banilejo levantó la figura de Luperón como el símbolo más esperanzador de los dominicanos en Nueva York. El destino y su amante, la historia, tienen un perverso sentido del humor.
Testimonios: buen ejemplo
Rosa Báez, presidenta de la Asociación de Padres, destaca que Villar tiene una capacidad natural para resolver situaciones, siempre buscando la forma positiva para negociarlas.
Eso le da la facilidad para trabajar con los jóvenes y por ende con los adultos; es un hombre dedicado, trabajador y responsable.
Tiene una inteligencia emocional que lo hace ser jocoso y ver las situaciones de los demás como si fueran suyas, es buen amigo y excelente director de escuela. Siempre tiene acercamiento con cada uno de los estudiantes, dándoles participación de forma individual e involucrando a los padres en el proceso educativo, para formar jóvenes que sean pensadores independientes.
Desde que lo conocí hice un análisis de su personalidad, eso me permite definirlo como lo estoy haciendo aquí. Lo digo públicamente, trataré de seguir su ejemplo para hacer algo por nuestra comunidad latina si puedo continuar en escuela ya que me siento parte de esta institución.
Mientras que Yeribel López, ex alumna, recuerda que tenía 14 años cuando una amiga de su madre le recomendó inscribirla en la Luperón. “¡Y fue una bendición para mí, fue como un oasis donde pude aprender no sólo inglés, sino también todas las materias”, expresó.