¿Los traumas nos hacen más fuertes?
Decía Friedrich Nietzsche en el siglo XIX que “lo que no me mata, me hace más fuerte”. El filósofo alemán verbalizaba así una creencia marcada a fuego en la psique social que nos cohíbe ante la posiblidad de expresarnos vulnerables. Aquello iba a convertirse en todo una sentencia inspiradora que adoptarían en diferentes campos de visión, desde la literatura a la psicología.
Que si “después de la tormenta llega la calma”, que si “no hay mal que por bien no venga”… Todos hemos escuchado estas frases alguna vez, incluso puede ser que las hayamos dicho. El debate está especialmente abierto con respecto al acoso y ‘bullying’ que muchos niños y niñas sufren, una violencia que genera el discurso violento de situar a las víctimas como responsables para su recuperación: no te has muerto, te harás más fuerte.
En la actualidad, existen corrientes de investigación psicológica que sugieren que al menos la mitad de los sobrevivientes de hechos traumáticos en sus vidas no solo se recuperan, sino que también desarrollan una mayor apreciación por la vida, relaciones más sólidas y fuerza emocional, un fenómeno que los investigadores llaman “crecimiento postraumático”.
Producto de la mentalidad occidental
Sin embargo, la propia investigación apunta que divulgar este pensamiento es, cuanto menos, contraproducente. En una serie de charlas presentadas en mayo en Chicago como parte de la conferencia de la Asociación de Ciencias Psicológicas de Estados Unidos, algunos investigadores calificaron los hallazgos sobre la idea de crecimiento postraumático como “en gran medida ilusorios”.
Para empezar, estos estudios adolecen de serios fallos metodológicos, aseguran. Dependen de encuestas que requieren que las personas evalúen su crecimiento personal a lo largo del tiempo, una tarea con la que la mayoría de las personas luchan. De hecho, el ímpetu por estudiar el trauma en términos de crecimiento proviene de una mentalidad occidental que tiende a valorar las emociones positivas y devaluar o incluso evitar las emociones negativas. Una concepción que puede presionar a los sobrevivientes para que nieguen o supriman sus sentimientos negativos, lo que podría tener consecuencias dañinas en el futuro de estas personas.
Todo comenzó a mediados de la década de 1990, cuando los psicólogos Richard Tedeschi y Lawrence Calhoun, ambos en la Universidad de Carolina del Norte en Charlotte, escribieron en el ‘Journal of Traumatic Stress’ que centrarse en el sufrimiento oscurecía el bien que puede surgir del trauma. Los apuntes de Nietzsche estaban a punto de crear escuela.
El Trastorno de estrés postraumático
Hasta poco antes, los psicólogos habían tratado en gran medida la dificultad de una persona para recuperarse de eventos traumáticos como una falla personal.
Todo cambió cuando la investigación se puso frente a los veteranos de la Guerra de Vietnam que regresaron. En 1980, la Asociación Estadounidense de Psiquiatría había creado una categoría para el trastorno de estrés postraumático a raíz de ello en su manual de trastornos mentales. La definición recogía que quienes luchan con este trastorno podían experimentar recuerdos, pesadillas y ansiedad severa.
Tedeschi y Calhoum desarrollaron juntos un “inventario de crecimiento” ahora ampliamente utilizado para evaluar los resultados positivos que las personas con trastorno de estrés postraumático a lo largo de su período en terapia. Se trata de una encuesta de 21 preguntas que los encuestados deben calificar del 0 al 5 afirmaciones como “Tengo más compasión por los demás” o “Establecí un nuevo camino para mi vida”. El conjunto de cuestiones busca medir principios básicos de la conducta: relacionarse con los demás, fortaleza personal, nuevas posibilidades, apreciación de la vida y cambio espiritual.
Sin embargo, como pronto comenzaron a remarcar otros expertos, las preguntas solo dan cuenta de los cambios positivos, y el peor resultado o el más bajo que puede dar un encuestado es que no experimentó ningún cambio como resultado de su crisis. ¿Qué ocurre si lo hizo pero a la inversa? Al final, aseguran, ese marco ejerce presión sobre quienes se someten a la encuesta para que informen sobre un supuesto crecimiento mientras, tal vez, simplemente se esté sintiendo peor.
El peligro de la metáfora
El investigador especializado en traumas Adriel Boals buscó, en este sentido, superar lo que él ve como el sesgo de crecimiento de la encuesta original de una manera diferente. Para ello, le preguntó a un conjunto de personas si cambiaron debido a un evento traumático, en clave de crecimiento o a pesar del evento. “La mitad de la gente dice: ‘Cambié a pesar de este evento'”, señaló más tarde. Lo que demostraba que, efectivamente, las personas que pueden reportar crecimiento en el inventario original en realidad no atribuyen ese crecimiento al trauma, sino a otras experiencias de vida.
Como Boals, otros investigadores que estudian el trauma a través de las culturas, cuestionan al mismo tiempo el enfoque de algunos psicólogos occidentales en el crecimiento personal y, en menor grado, la resiliencia, un fenómeno marcado por la estabilidad durante tiempos difíciles, en lugar de un fuerte aumento en el bienestar después de una inicial disminución como se observa en el crecimiento postraumático.
Por ejemplo, los psicólogos de la Universidad de Zúrich Iara Meili y Andreas Maercker escribían en 2019 en ‘Transcultural Psychiatry’ que “en las sociedades euroamericanas, ‘resiliencia’ y ‘crecimiento postraumático’ son términos metafóricos de uso común para las respuestas positivas a la adversidad extrema”.
Meili y Maercker atribuyen la popularidad de estas “metáforas” occidentales al énfasis de las sociedades individualistas en la autodeterminación y la agencia, incluso frente a la enfermedad o la muerte. Estos conceptos existen en otros lugares, sostienen, pero rara vez adquieren una importancia tan grande, lo que llaman “un enfoque casi religioso”.
Fuente: https://www.elconfidencial.com/