Los elefantes se llaman por su nombre
Los elefantes no solo barritan. Ese sonido agudo, como el de una trompeta, podría compararse al grito humano lanzado para alertar o advertir. Peros los paquidermos también emiten un abanico de sonidos armónicos de baja frecuencia, como murmullos, que son específicos de cada animal. Ahora, asistidos por un sistema de inteligencia artificial, un grupo de investigadores demuestra que usan sonidos específicos para llamar a cada miembro de la llamada, como si los llamaran por su nombre. Algo así solo lo hacían los humanos hasta ahora.
Desde 1986, científicos de la Universidad Estatal de Colorado (Estados Unidos), dos fundaciones y el Proyecto de Investigación Elefante de Amboseli (Kenia) vienen grabando a varias manadas de elefantes de sabana de tres parques o reservas nacionales. Durante estos años han acumulado miles de horas de grabaciones para el proyecto Elephants Voices. Con ellas han podido diferenciar entre varios sonidos. Por ejemplo, la llamada de una madre a su hija no se produce mientras la tiene a la vista o se encuentra a menos de 50 metros. Son las llamadas de contacto. Estos murmullos también se producen como una especie de saludo, cuando se encuentran dos miembros de la misma manada, que cesan cuando se tocan. Una tercera llamada es la que usan las madres para confortar, amamantar o despertar a sus crías.
Pero Michael Pardo, estudiante de posgrado de la Fundación Nacional de Ciencias de Estados Unidos en la Universidad de Colorado, estaba convencido de que se podía sacar más jugo a la colección de ruidos. Como detallan sus colegas de investigación y Pardo en la revista científica Nature Ecology & Evolution, diseñaron un sistema de aprendizaje de máquinas que pudiera comparar, analizar y descomponer en sus propiedades acústicas básicas las llamadas realizadas por 101 elefantes africanos.
Esta inteligencia artificial (IA) pudo identificar al receptor en el 27,5% de las llamadas emitidas por los paquidermos. Una identificación exitosa en apenas un tercio de los casos puede parecer poco, pero Pardo mantiene lo contrario: “No es sorprendente que el modelo solo fuera capaz de identificar al receptor en el 27,5% de las llamadas, porque no esperaríamos que los elefantes usaran nombres en cada llamada que hacen”. El investigador pone el ejemplo de los humanos y el de los delfines mulares, que también tienen un sistema para llamarse y “solo usan nombres en un pequeño porcentaje de sus expresiones, por lo que probablemente ocurra lo mismo con los elefantes”. Como al iniciar el modelo, no sabían de antemano qué llamadas contenían un nombre, tuvieron que usar todas las que emitían. “Por lo tanto, no es de extrañar que el modelo solo identificara correctamente al receptor en una fracción de las llamadas”, completa.
Para confirmar lo detectado por la IA realizaron una serie de experimentos sobre el terreno. En ellos, reprodujeron varias de las llamadas en las cercanías de sus supuestos destinatarios y, como grupo de control, cerca de otros elefantes. De forma inequívoca, los animales a los que no iba dirigida una vocalización, siguieron a lo suyo. Pero en casi todos los casos en el que el oyente era el destinatario identificado por el sistema, este prestó atención, levantó la cabeza y, casi siempre, respondió a la llamada y acabó dirigiéndose hacia el altavoz.
La IA también quiso responder a una última pregunta, la que sería definitiva para saber si los elefantes llaman a los otros miembros de la manada por su nombre. El sistema agrupó todas las llamadas realizadas por distintos animales pero con el mismo destinatario. Sin ser idénticas (tampoco lo es cómo decimos ¡Pedro! o ¡María! cada uno), sí observaron que las distintas vocalizaciones con el mismo receptor tenían propiedades acústicas más parecidas entre sí que con las demás.
Pardo reconoce que aquí no pueden ser concluyentes. “Por un lado, las llamadas de diferentes individuos que llamaron al mismo receptor eran más similares en promedio que las llamadas de distintos animales que llamaron a distintos receptores, lo que sugiere que llaman usando el mismo nombre (o al menos similares)”, explica Pardo. “Pero, por otro lado, cuando intentamos entrenar el modelo de aprendizaje automático para identificar patrones en las llamadas que eran para receptores individuales independientemente de quién le llamaba (es decir, identificar un nombre común que varios usaban para dirigirse al mismo receptor), no pudo hacerlo”, añade.
Lo del nombre común o propio es clave. Por definición, nombrar algo es una habilidad innata, que se tiene que aprender. Con ella ya cuentan muchas de las especies sociales. Varios primates arborícolas emiten distintos sonidos de alarma si el depredador que han detectado viene por el cielo, en el caso de un águila, o sube por el árbol, si es un leopardo. Pero nombrar de forma específica, concreta, va más allá. Muy pocos animales, se ha comprobado en los delfines mulares y en varias especies de loros y periquitos, usan una vocalización determinada y no otra cuando quieren llamar la atención de otro miembro del grupo. Pero lo que hacen es imitar cómo habla y así logran captarla.
Bruno Díaz es el director científico del Instituto para la Investigación del Delfín Mular (BDRI, por sus siglas en inglés). De comunicación entre elefantes sabe menos, pero mucho de la que hay entre los cetáceos. “Los delfines mulares tienen lo que denominamos silbido firma. Las características del silbido incluyen información de cada individuo, como si de una firma se tratase” dice. “En algunos casos, especialmente en parejas con fuertes lazos sociales, madres y crías o parejas de machos, se ha observado que un ejemplar puede copiar el silbido firma del otro como muestra del fuerte lazo de unión entre ellos”, detalla.
Pero los elefantes no imitan las vocalizaciones del receptor de su llamada, “no se apoyan en la imitación para dirigirse a otro, algo que los asemeja a la forma en la que funcionan los nombres humanos”, destaca Pardo. Los nombres, como casi todos los elementos del lenguaje humano, salvo las onomatopeyas y poco más, son arbitrarios. En la sucesión de letras no hay nada que las relacione con lo nombrado. Eso da gran libertad para nombrar todo lo nuevo, pero exige habilidades cognitivas. Lo explica el asesor científico de la organización Save the Elephants, director del trabajo de Pardo y autor sénior del estudio, George Wittemyer: “Creo que la naturaleza arbitraria de las llamadas nos da una idea de sus capacidades cognitivas. La capacidad de conectar un sonido arbitrario con un individuo y de que otros miembros de un grupo reconozcan aparentemente esa etiqueta arbitraria sugiere la capacidad de abstraer el pensamiento, posiblemente simbólicamente”, pero, termina “no creo que nuestro estudio lo haya demostrado”. Es en lo siguiente que ya están trabajando, identificar el resto de vocalizaciones buscándoles un significado o intención.
Para Antonio J. Osuna, investigador en cognición animal de la Universidad de Medicina Veterinaria de Viena (Austria) no relacionado con la investigación, “es fascinante”. En declaraciones a SMC España, añade que se sabe muy poco de la comunicación en otras especies y “esto se debe (entre otros motivos) a que no somos sensibles a las múltiples sutilezas que las vocalizaciones de otras especies pueden contener. Simplemente, se escapan de nuestras capacidades. Por eso, el machine learning está resultando tan importante: nos permite destacar diferencias y parecidos que, de otro modo, jamás seríamos capaces de distinguir”.
Fuente: https://elpais.com/