La verdad sobre el Mary Celeste, el buque fantasma más famoso de todos los tiempos

El 5 de diciembre de 1872, ninguno de los tripulantes del Dei Gratia imaginaba que estaban a punto de entrar en la historia. Ese día, el marino John Johnson, de guardia en el timón, divisó casi al mismo tiempo que el capitán Morehouse otro buque en el horizonte. Su nombre, que podía leerse en el casco, era Mary Celeste. Había aparecido en mitad del Atlántico, a medio camino entre Portugal y las islas Azores, e iba a convertirse en uno de los grandes misterios del mar.

En el Dei Gratia no tardaron en comprender que algo no andaba bien en el Mary Celeste. Aunque en aparente buen estado, salvo por alguna vela rasgada, parecía ir a la deriva. Morehouse, sospechando que se encontraban ante un buque fantasma, ordenó a tres de sus hombres, Deveau, Wright y Johnson, que abordaran la embarcación.

Tras confirmar que había sido abandonada, inspeccionaron la nave. Todo parecía normal, salvo un par de cosas. Las escotillas que conducían a la bodega estaban arrancadas, como si una terrible fuerza las hubiera proyectado hacia arriba para después arrojarlas con violencia sobre la cubierta. Y en el camarote del capitán, se toparon con una cama en cuyo colchón aparecía impresa la silueta de un bebé que parecía haber estado durmiendo allí hasta poco antes.

Rumbo a Gibraltar

Según los usos del mar, los descubridores de un barco abandonado podían obtener un rescate por él y por su cargamento, pero el Dei Gratia solo contaba con ocho marinos, iba a ser complicado manejar ambos barcos. La esperanza de un buen botín, sin embargo, borró rápidamente cualquier duda, si es que la hubo, y al momento se iniciaron las reparaciones necesarias para poner rumbo a Gibraltar.

Tres hombres, dirigidos por quien había liderado la inspección del Mary Celeste, Oliver Deveau, serían los encargados de pilotar este barco, mientras Morehouse dirigía el Dei Gratia con el apoyo del resto. La suerte les acompañó hasta poco antes de llegar a puerto, cuando los navíos se separaron, provocando que el Mary Celeste divisara tierra con medio día de diferencia. Era el 13 de diciembre de 1872, y la llegada del buque fantasma despertó una notable curiosidad.

En Gibraltar, el almirantazgo británico requisó y precintó el Mary Celeste con el objetivo de realizar una investigación detallada sobre el destino de la tripulación desaparecida, que, como se supo, había partido de Estados Unidos. También trascendió que el barco no siempre se había llamado así. Anteriormente respondía al nombre de Amazon, pero, tras comprarlo, sus nuevos dueños lo rebautizaron, algo que entre la marinería suele considerarse de mal agüero.

Entre los propietarios del buque figuraba Benjamin Spooner Briggs, que, además, era su capitán. Briggs era miembro de una saga familiar dedicada al oficio de navegar, si bien en los últimos años había adquirido fama de estar maldita por su tendencia a morir en mitad del océano.

En 1862, Briggs se había casado con su prima Sarah Elizabeth Cobb, con quien tuvo dos hijos, Arthur y Sophia Matilda. Esta última apenas contaba dos años cuando sus padres embarcaron en el Mary Celeste. Aquel hecho resolvía uno de los misterios del buque fantasma. La forma infantil impresa sobre el colchón del capitán debía de pertenecer a su hija.

Con una tripulación de diez personas, el destino del Mary Celeste era Génova, donde debían desembarcar 1.701 barriles de alcohol desnaturalizado con un precio estimado de 36.000 dólares, el triple del valor del barco, según cálculos de Yvan Figueiras en Enigmas y misterios de la mar.

El viaje no empezó bien. La marcha se vio retrasada por una epidemia de fiebre de caballo, y cuando por fin consiguieron partir, el mal tiempo obligó al Mary Celeste a detenerse frente a Staten Island. Aquel mar embravecido y las fuertes galernas los acompañaron durante toda la travesía.

Embrollando el misterio

Volvamos a Gibraltar. Allí, la investigación había constatado que la última anotación en la tablilla de bitácora del Mary Celeste tenía como fecha el 25 de noviembre a las ocho de la mañana. Ocurriese lo que ocurriese, había tenido lugar justo después de esa hora.

Los medios de comunicación se hicieron eco del misterio y empezaron a difundir gran cantidad de bulos, como, por ejemplo, que los rescatadores del Dei Gratia habían encontrado comida todavía caliente al abordar la nave, o que un gato abandonado era el único tripulante del barco fantasma. También se especuló, y mucho, con que un tripulante borracho había perdido la cabeza y asesinado a sus compañeros. O con que quizá el asesino había sido el capitán. Pero ninguna de aquellas hipótesis contribuyó tanto a embrollar el misterio como las elaboradas por el fiscal del caso, Frederick Solly-Flood.

Con casi ochenta años y probablemente con demencia senil, se convenció de que el Mary Celeste había sido escenario de un episodio violento. Ordenó revisar el barco y envió un buzo a examinar el casco. Este descubrió unas extrañas marcas en la madera, como si un instrumento cortante o unas garras de acero hubieran arañado la superficie. En paralelo, se localizó una espada en el interior del navío con manchas de lo que parecía ser sangre seca, y se constató que algunos de los barriles de alcohol estaban vacíos.

El fiscal expuso una teoría que se adecuaba a sus prejuiciosas sospechas: la tripulación se había dado a la bebida, y, tras asesinar al segundo, al capitán y a su familia, los criminales habrían decidido rozar el barco contra las rocas para aparentar que habían tenido un accidente que les habría obligado a escapar en un bote y, en caso de ser rescatados, poder ocultar sus tropelías.

La teoría del fiscal pronto sería desmontada. Y es que, aunque la espada, la ausencia del bote y una mínima cantidad de barriles de alcohol vacíos eran una certeza, el cónsul estadounidense en Gibraltar, tras encargar un estudio independiente, pudo confirmar que la sangre de la espada no era sino óxido, y que las rozaduras del casco eran marcas producidas al doblar la madera en el proceso de fabricación.

En cuanto a los barriles de alcohol vacíos, nueve en total, se supuso que alguna fuga en los mismos explicaría la ausencia de líquido. Siendo alcohol desnaturalizado, y por tanto no potable, era imposible que los marineros hubieran ingerido aquella cantidad de litros sin morir en el intento.

Razón de marino

Con todo aquel ruido de fondo, pareció obviarse la declaración del primero en subir al Mary Celeste, Oliver Deveau. Este experimentado marino dio muchas pistas sobre el destino del barco a las que no se prestó suficiente atención. Deveau insistió en que encontraron “las escotillas del pañol de proa y del pañol de popa ambas lanzadas fuera de su sitio”, algo muy extraño, porque si una explosión hubiera sido la causante, habría dejado algún tipo de vestigio.

Además, Deveau recordó que la nave tenía bastante agua en su interior, aunque no la suficiente para hundirla, y que “no había botes ni pescantes al costado”, mencionando que un cabo colgaba por la borda, quizá cerca de donde habría estado amarrado el bote que faltaba.

Para el experto marino, la explicación era sencilla. Ningún episodio violento había tenido lugar en el barco. Simplemente, la tripulación escapó aterrorizada, quizá pensando que el barco se hundía por una mala lectura de las sondas. Sin embargo, para lo que seguía sin encontrarse una explicación plausible era para el estado de las escotillas de la bodega.

El juicio para esclarecer lo ocurrido en el Mary Celeste concluyó sin una clara solución.

El Mary Celeste, acabó vendido, acosado para siempre por la fama de barco maldito. De hecho, los nuevos propietarios perdieron su cargamento en dos tormentas sucesivas, y, en 1884, el barco, que había encallado al llegar a Haití, quedó destrozado (aunque esto fue propiciado por un capitán deseoso de estafar al seguro, más que por la mala suerte).

Teorías para un mito

Muchas fueron las hipótesis sobre lo que hizo desaparecer a los tripulantes del Mary Celeste. A las ya mencionadas habría que añadir la de que fue el cocinero quien se precipitó en una crisis homicida, acabando con todo ser vivo a su alcance. Y, como no podía ser menos, los piratas también tuvieron su protagonismo en los mentideros de la prensa sensacionalista, pese a que tanto el barco como el cargamento se hallaron intactos.

La leyenda del Mary Celeste aparecería una y otra vez. Así, en 1904, el Chamber’s Journal defendió que un calamar gigante era el responsable de haber arrancado de la cubierta a toda la tripulación, y poco después, en 1913, The Strand Magazine resucitó el tema, proponiendo a sus lectores que aportasen sus propias soluciones al problema. Entonces, milagrosamente, apareció uno de los tripulantes desaparecidos.

El director de un colegio decía haber recibido los papeles de uno de los marineros, según los cuales el capitán Briggs había ordenado construir una plataforma de madera para que su hija pudiera ver las olas de cerca. Más tarde, el capitán y su segundo se lanzaron al agua debido a una apuesta y rodearon el barco a nado, con tan mala fortuna que fueron atacados por un tiburón.

La alarmada tripulación subió en tromba a la plataforma, que, debido al peso, cedió, arrojándolos a todos al agua. Solo uno de ellos logró sobrevivir: se hacía llamar Fosdyk, y consiguió llegar casi muerto a África, donde, conociendo el revuelo montado con la desaparición de la gente del Mary Celeste, se ocultó por miedo a las represalias. El misterio estaba resuelto, hasta que un mes después se descubrió que el relato era un fraude.

Siete años más tarde aparecería la historia de un nuevo superviviente, que repitió la vieja historia de un episodio de locura que acabó en una masacre, y ya en 1924, otro marinero del Mary Celeste filtró a la prensa cómo habían encontrado un vapor cargado de oro y, tras asaltarlo, huyeron con el botín a España, donde vivían en la opulencia. Muchos medios reprodujeron aquella inverosímil historia y la difundieron por el mundo.

El barullo informativo alrededor del Mary Celeste ha durado hasta bien entrado el siglo XX, brotando periódicamente en los medios. Incluso se llegó a especular con que el culpable de lo ocurrido era el Triángulo de las Bermudas, pese a que el barco había aparecido a cinco mil kilómetros de aquel lugar. Pero en el siglo XXI pareció que el misterio, finalmente, iba a resolverse.

¿El fin del misterio?

El doctor Oliver W. Cobb, descendiente de la familia de Sarah Briggs, estudió el caso a conciencia y estableció una teoría según la cual ocho días de mal tiempo impidieron a los tripulantes ventilar las bodegas. Durante este período, nueve de los barriles de alcohol, probablemente porosos, habían dejado escapar su contenido, lo que generó una peligrosa nube de gas en la bodega que, al ser detectada, habría atemorizado al capitán Briggs, quien ordenó abandonar el barco, probablemente de forma temporal, hasta que se airease el interior.

En la precipitación de la huida, los tripulantes montaron en un bote que amarraron al Mary Celeste con una cuerda poco resistente, y, estando en él, se generó una potente explosión que explicaría que las escotillas hubieran sido arrancadas de cuajo. Entonces se rompió la cuerda que mantenía a los tripulantes unidos al Mary Celeste y estos desaparecieron para siempre en el mar.

El problema de esta razonable teoría, que todo lo explicaba, es que, como sabemos, no había rastro de ninguna explosión. Pero eso no significaba que no hubiera existido. En 2006, Andrea Sella, del University College de Londres, defendió la teoría de Cobb mediante un experimento.

Con gas butano, menos explosivo incluso que el alcohol desnaturalizado que transportaba el Mary Celeste, provocó una deflagración en el interior de una maqueta del barco que no dejó quemaduras ni residuo alguno, así que Sella concluyó que el Mary Celeste bien podría haber sufrido el mismo destino. La ciencia acababa de demostrar que la teoría del doctor Cobb era correcta, y el Mary Celeste dejó de ser un misterio, para disgusto de quienes apostaban por un final paranormal de la historia.

Fuente: https://www.lavanguardia.com/


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