La historia más sorprendente de la tragedia del Titanic no es la del buque o su pasaje

Quizás le fascinó su tamaño. O su forma. O simplemente le llamó la atención la misteriosa franja de pintura roja que lucía a lo largo de su base, a una altura que bien podía delatar un choque reciente con un navío despistado. El caso es el que la mañana del 15 de abril de 1912, mientras su buque, el SS Prinz Adalbert, avanzaba por las aguas del Atlántico Norte, M. Linoenewald sacó su cámara y fotografió un iceberg que flotaba a la deriva entre las gélidas olas del océano.

M. Linoenewald no podía saberlo aquella fría mañana de primavera, pero ese pequeño gesto lo haría pasar a la historia como el autor de la que tal vez sea una de las fotos más icónicas de la historia de la navegación. Icónicas y trágicas.

El motivo: la noche anterior el famosísimo RMS Titanic, el supuesto buque “insumergible” de White Star Line, se había ido a pique a pocas millas de allí tras chocar contra un iceberg, segando la vida de 1.517 personas y escribiendo uno de los capítulos más lúgubres de la crónica naval. El siniestro había pasado hacía tan pocas horas que Linoenewald, mayordomo jefe en el SS Prinz Adalbert, no estaba aún al tanto. Cuando se enteró debió de volver sobre aquella instantánea granulada del témpano y garabateó una nota que luego firmaron él y tres tripulantes:

“El día después del hundimiento del Titanic, el vapor Prinz Adalbert pasa junto al iceberg que se muestra en esta fotografía. El desastre del Titanic aún no era conocido por nosotros. En un lado, la pintura roja es claramente visible, lo que parece haber sido hecho por el raspado de un barco en el iceberg. Línea SS Prinz Adalbert Hamburg America”.

Durante décadas la fotografía colgó de las paredes del bufete de abogados que se encargó de representar a White Star Line, donde generaciones enteras de abogados marítimos la contemplaron convencidos de que estaban ante un retrato del fatídico destructor del RMS Titanic. Tras la cierra del despacho, hace más de veinte años, la imagen, difusa y de apenas 40×51 centímetros, acabó subastándose.

Pero… ¿Muestra la foto tomada desde el SS Pinz Adalbert el bloque de hielo que acabó con el famoso buque? Hay indicios. Sospechas razonadas y razonables. No certezas absolutas. Igual que no las hay de otras imágenes que tal vez muestren el témpano, como otra tomada por W. Wood, capitán del SS. Etonian, 40 horas antes del accidente del Titanic, y que firmó junto a sus coordenadas; o la sacada por el capitán del barco cablero Minia, uno de los que acudieron a la zona del naufragio para recuperar cadáveres y escombros y que juró que el bloque de hielo retratado era el único presente en la zona y estaba mancho con pintura roja.

Lo mismo ocurre con la instantánea que tomó horas después del choque un pasajero del RMS Carpathia, el buque británico de la naviera Cunard Lines que rescató a cientos de supervivientes que navegaban en botes salvavidas.

La fascinación en torno a esas imágenes —caldeada por el valor que probablemente tuvo para la prensa de la época una foto del auténtico iceberg que acabó con el Titanic— así como de los testimonios de supervivientes, que hablan de un témpano con un pico prominente o incluso dos, nos dicen sin embargo unas cuantas cosas.

La primera es que la historia del Titanic sigue cautivándonos aún en 2023, como acaba de demostrar trágicamente el incidente del sumergible Titán. La segunda es lo poco que sabemos del que fue el coprotagonista indiscutible del siniestro, junto al buque de White Star Line: la masa de hielo que lo envío al fondo del mar.

El desconocimiento es comprensible. Al fin y al cabo es probable que solo unas semanas después del accidente del RMS Titanic el iceberg acabase derritiéndose y diluyéndose en el Atlántico por el abrazo de las aguas de la Corriente del Gofo. Y en el momento del siniestro, claro está, lo de tomar fotos y descripciones detalladas figuraba entre las últimas prioridades de los pasajeros del Titanic.

La ciencia nos puede ayudar a comprender sin embargo cómo era y de dónde venía… desentrañar al menos en parte la crónica del que probablemente sea el iceberg más famoso de la historia y desencadenante de una tragedia única.

Si los orígenes del Titanic se remontan poco más allá de 1907, cuando su naviera, la británica White Start Line, decidió encargar tres grandes buques, los del iceberg nos obligan a remontarnos bastante más atrás en el tiempo. Su historia arrancó hace probablemente varios miles de años, como detalla Smithsonian Magazine, con la formación de capas y más capas de hielo en Groenlandia. Allí, en sus costas occidentales, se suelen formar los icebergs que, tras desprenderse de los glaciares en el Océano Ártico, acaban vagando por las aguas del Atlántico Norte.

“Cada año, 10.000 pequeños y grandes trozos de hielo caen desde el frente de los glaciares y son empujados lentamente por la corriente de Groenlandia Occidental hacia latitudes septentrionales, lejos de las rutas de las embarcaciones”, comenta David Bressan en Scientific American. La corriente acaba desviándose por la costa canadiense, hacia el sur, y permite a los icebergs llegar a la Corriente de Labrador y la del Golfo. Un periplo que supera los 5.000 km durante el que la masa de hielo se enfrenta a obstáculos y el efecto de la erosión del sol, las olas y la propia agua.

Tan exigente es la “singladura” que, recuerda Bressan, se calcula que solo un porcentaje exiguo de los grandes icebergs, del 1 o 2%, acaban llegando a la latitud 45ºN al cabo de entre uno y tres años. El 14 de abril el Titanic había recibido un mensaje del Caronia, transatlántico de la compañía Cunard, que advertía de banquisa e iceberg en la posición 42º, desde los 49º hasta los 51ºW.

El porcentaje del 1% quizás sea bajo… pero favorece la navegación marítima. Cuando un bloque de hielo alcanza esa latitud se cruzan en una importante ruta del Océano Atlántico. Tal vez por la temperatura de los años anteriores, la fuerza de la Corriente de Labrador o una marea alta excepcional que evitó que los icebergs encallaran en las costas de la Bahía de Baffin y el Mar de Labrador, en 1912 se observaron bloques de hielo con cierta frecuencia en aquella región.

Buena prueba es que los barcos que navegaron por la zona del hundimiento del Titanic identificaron varios icebergs. Algunos, como Linoenewald o el capitán del Minia incluso los retrataron. Hace unos años investigadores de la Universidad de Sheffield se preguntaron cómo de probable era colisionar con un tempano en 1912.

Su conclusión: “El Titanic zarpó en un año en el que las tasas de transporte de hielo marino y desprendimiento de icebergs eran altas, no excepcionales”.

Su análisis va más allá y señala el suroeste de Groenlandia como el origen “más probable” del lúgubre iceberg. De allí se habría desprendido hacia el otoño de 1911 como un enorme bloque de hielo de 500 m de largo y 300 de profundidad con un peso de 75 Mt. Para abril de 1912, cuando tuvo el encontronazo con el RMS Titanic, a 42ºN, su tamaño se habría reducido de forma considerable hasta quedarse en alrededor de 2,1 Mt. Los testimonios aportados por los supervivientes del buque señalan que medía entre 15 y 31 metros de alto por unos 122 m de largo.

Fuente: https://www.xataka.com/


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