La historia del Mars, la joya de la corona de la marina sueca, hundido hace 450 años
En 1564, el Mars, orgullo de la marina real sueca, se hundió con toda su tripulación durante la batalla de Öland. No será hasta la década de 1990 que los hermanos Lundgren, buzos profesionales, inician la búsqueda del Mars bajo las aguas del mar Báltico, sin éxito. En 2011 conseguirán por fin su objetivo.
Erik XIV, rey de Suecia. Retrato por Steven van der Muelen. Siglo XVI. Galería estatal de retratos, Estocolmo
Erik XIV había ordenado construir la que debía ser la máquina de guerra definitiva: el Mars. Dedicado a Marte, el dios romano de la guerra, era el mayor y más moderno buque de guerra de su época, con cerca de ochenta metros de eslora.
El orgullo de Suecia
A mediados del siglo XVI, el Mars –en la imagen, en un grabado ruso del siglo XIX– era, en palabras del arqueólogo subacuático Johann Rönnby, “el buque de guerra más moderno del mundo”. Dos de sus cinco cubiertas estaban reservadas sólo a la artillería, algo inusual en las naves de guerra de la época.
Un buzo explora los bien preservados restos del Mars
Cuando los hermanos Lundgren y Frederik Skogh descendieron los 75 metros que les separaban del Mars la visibilidad era tan sólo de dos metros, pero el estado de conservación del pecio era óptimo, ya que las características del agua del Báltico permiten que los barcos se conserven durante siglos. La baja salinidad, la poca oxigenación y sobre todo la ausencia de un molusco que devora la madera han contribuido a su conservación.
Armadura de parada del rey Erik XIV de Suecia. Arsenal estatal, Dresde
Entre los restos del Mars, los buzos pudieron observar armas, copas, enseres personales y huesos humanos. Sin embargo, dada la estricta legislación del Estado sueco en materia de patrimonio sumergido, el equipo sólo fue autorizado a llevar a la superficie para su estudio algunas vigas, tres de los 120 cañones y tres táleros de plata en muy buen estado de conservación.
Batalla de Öland
Muy poco después de la botadura del Mars, el 30 de mayo de 1564, la flota sueca y la de la coalición de Dinamarca y Lübeck se enfrentaron en las cercanías de la isla sueca de Öland. Este grabado de Willem van de Velde, de 1658, recrea la formación que adoptaron las flotas antes de entrar en combate.
A mediados del siglo XVI, el soberano sueco Erik XIV, perteneciente a la dinastía Vasa, se encontraba inmerso en la guerra de los Siete Años, que enfrentaba a su país con una coalición formada por Dinamarca y la ciudad-estado alemana de Lübeck. Estas tres potencias se disputaban el control de las rutas comerciales del mar Báltico después de la entrada en decadencia de la Liga Hanseática –la federación de ciudades que había dominado el comercio de la región en la Edad Media–.
Ante este desafío, Erik XIV había ordenado construir la que debía ser la máquina de guerra definitiva: el Mars. Dedicado a Marte, el dios romano de la guerra, era el mayor y más moderno buque de guerra de su época, con cerca de ochenta metros de eslora –”diez pies más largo que la catedral de Lübeck”, escribió impresionado un contemporáneo–, 1.800 toneladas de desplazamiento y 120 cañones distribuidos en sus cinco pisos reforzados con la mejor madera de roble sueca; no es de extrañar que también se lo llamase Makalös, “el Incomparable”. Su tripulación estaba compuesta por 350 marineros y 450 soldados. Cuando se terminó de construir, en 1564, esta imponente fortaleza naval, que montaba cañones de bronce de un tamaño sólo utilizado antes en tierra, parecía destinada a cambiar el diseño de las futuras armadas europeas.
Incendio fatal
Muy poco después de la botadura del Mars, el 30 de mayo de 1564, la flota sueca y la de la coalición de Dinamarca y Lübeck se enfrentaron en las cercanías de la isla sueca de Öland. Durante el primer día de combate el Mars parecía dueño de la batalla. Manteniendo el barlovento, maniobró sin dificultad y repelió a cualquier nave que se le acercara. Sin embargo, con la caída de la noche la flota sueca se dispersó incomprensiblemente y al amanecer del día 31 tan sólo seis barcos mantuvieron la formación. Con su escolta debilitada, la flota enemiga invirtió todos sus esfuerzos en asaltar el Mars. Primero concentró su fuego en el timón, logrando dejar el barco sin gobierno, y después sus barcos lanzaron bombas incendiarias sobre la cubierta. Por último, trescientos enemigos abordaron el navío.
Con la cubierta ardiendo y una multitud de hombres enfrentándose en un sangriento cuerpo a cuerpo, un certero tiro de cañón o una bala incendiaria impactó en un barril de pólvora. La explosión consiguiente produjo una reacción en cadena y la proa del Mars estalló en mil pedazos. Al anochecer, el orgullo de la marina sueca reposaba en el oscuro y frío fondo del Báltico. Con él se hundieron seiscientos tripulantes y cientos de asaltantes enemigos; tan sólo cien náufragos consiguieron salvar la vida, entre ellos el almirante Jakob Bagge.
En Suecia hubo quien no se extrañó del trágico final del Mars: era un barco maldito. El inestable y arrogante rey Erik había mandado fundir las campanas de las iglesias del país para dotar al navío de sus imponentes cañones de bronce. Sin duda, un grave sacrilegio a ojos de Dios y del pueblo.
La búsqueda del Mars
Cuatrocientos cincuenta años después parecía que el Mars era presa de otra maldición: la que lo había mantenido perdido desde su hundimiento. Desde la década de 1990,los hermanos Richard e Ingemar Lundgren, buzos profesionales y apasionados de la arqueología marítima, habían descubierto gran cantidad de pecios en el mar Báltico a través de su empresa Global Underwater Explorers, pero el legendario Mars había escapado siempre a sus pesquisas.
Su suerte cambió la noche del 26 de mayo de 2011, cuando se encontraban a bordo del buque de investigación Princess Alice, a 18 millas (casi 30 kilómetros) de la isla sueca de Öland. El sonar del buque comenzó a revelar la presencia sobre el lecho marino de restos dispersos a 75 metros de profundidad. Siguiendo las pistas, a las 23:45 horas de la noche dieron con lo que parecía el casco de un gran buque de madera tumbado sobre su costado de estribor y rodeado de tablones desprendidos. La euforia estalló en la sala de operaciones del Princess Alice. Richard Lundgren exclamó: “Lo tenemos”. Pero había que confirmarlo, puesto que el Báltico está literalmente sembrado de pecios.
Los hermanos Lundgren y Frederik Skogh se prepararon para descender los 75 metros que les separaban del Mars. Para ello tuvieron que equiparse con costosos equipos CCR de circuito cerrado que permiten inmersiones extremas, aunque a costa de largas descompresiones a cuatro grados de temperatura. La visibilidad era tan sólo de dos metros, pero el estado de conservación del pecio era óptimo, ya que las características del agua del Báltico permiten que los barcos se conserven durante siglos.
Mientras recorrían los restos, los buzos pudieron ver que la proa había desaparecido y los maderos del casco aún presentaban signos del incendio que se desató a bordo. Entre los escombros asomaban armas, copas, enseres personales y también huesos humanos. Sobre el fondo arenoso, un cañón de bronce llamó la atención de los buzos. Al acercarse descubrieron el escudo de armas del rey Erik XIV, la confirmación de que se trataba del ansiado Mars. En ese momento, Richard Lundgren gritó en su máscara: “¡Hemos aterrizado en Marte!”.
El más fotografiado
El yacimiento fue exhaustivamente fotografiado. El equipo arqueológico dirigido por Johann Rönnby, de la Universidad de Södertorn, tomó miles de fotografías. La primera vista completa del pecio la ofreció el fotógrafo polaco Tomasz Stachura que, tras veinte horas de inmersión y otras trescientas de paciente trabajo en el ordenador, combinó las 650 mejores imágenes para crear un fotomosaico que ayudara a los arqueólogos a realizar modelos completos en 3D del pecio.
Dada la estricta legislación del Estado sueco en materia de patrimonio sumergido, el equipo sólo fue autorizado a llevar a la superficie para su estudio algunas vigas, tres de los 120 cañones y tres táleros de plata en tan buen estado de conservación que, en palabras de Richard Lundgren, “pudimos estudiarlas de inmediato y sin limpieza alguna”. Todas las monedas y los restos del barco fueron fotografiados y georreferenciados in situ.
No es exagerado afirmar que el Mars fue el barco más poderoso de su tiempo. También ha sido el mejor estudiado del presente. Su minucioso análisis ha revolucionado las técnicas de documentación e inmersión de pecios profundos en todos los mares del mundo.
Fuente: https://historia.nationalgeographic.com.es/