La Ciudad de los Perros

Podrían ustedes pensar que nos vamos a referir a la afamada novela “La Ciudad y los Perros”, escrita por el Premio Nobel de Literatura peruano Mario Vargas Llosa, y en la cual narra las peripecias a las que se ven sometidos los estudiantes de una escuela militar.

Si así pensaban, lamento desilusionarlos; pero prefiero dejar esa tarea a nuestros intelectuales y críticos literarios.

En cambio, quiero llamar la atención sobre la proliferación de perros realengos en la ciudad capital dominicana y su principal provincia, situación que de no ser enfrentada con rapidez y seriedad justificaría perfectamente la realización de una nueva asamblea revisora de la Constitución de la República a los fines de modificar el nombre de la Capital de la República por el título de éste artículo.

La denuncia del doctor Vilorio Martínez, director del Hospital Antirrábico, en el sentido que más de medio millón de perros sin dueños deambulan por las calles y avenidas del Distrito Nacional y la Provincia de Santo Domingo, sin que nadie los reclame y se hagan responsables de ellos; debe llamar a preocupación.

Es decir, que contaríamos con uno de estos perros por cada cuatro o cinco habitantes.

El perro, como especie, se ha ganado con sobrados méritos su denominación como el mejor amigo del hombre. Sólo tenemos que recordar la irremplazable labor que pueden realizar como guías para personas ciegas, brindando seguridad a los hogares, auxiliando a las agencias de orden público, y especialmente ejecutando funciones de búsqueda y salvamento en casos de desastres.

Como mascotas, son también insuperables. De hecho, algunos estudios científicos han demostrado la valiosa ayuda que representa su compañía para las personas convalecientes en su etapa de recuperación.

Asimismo, archiconocida es la lealtad de los canes, al extremo que un destacado personaje, cuyo nombre no viene a mi memoria en estos momentos, al referirse a las mezquindades de los seres humanos, sentenció su famosa frase: “Mientras más conozco al hombre, más quiero a mi perro”.

Hasta aquí las bondades de estos nobles animales, todas ciertas, pero una cosa es un perro debidamente entrenado, higienizado, vacunado, y correctamente cuidado por personas; y otra muy diferente, son esas jaurías transmisoras de enfermedades, reproduciéndose sin control, creando accidentes en las calles, mordiendo personas, y sobre todo hurgando en los basureros que tenemos en muchas de nuestras calles y esquinas, con lo cual se agrava el problema sanitario que representa la acumulación de desechos sólidos en nuestros barrios.

Que las autoridades hagan su trabajo, aunque las drásticas medidas sean criticadas por algunos “defensores de los derechos de los animales”.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

*