Hay un boom del turismo extremo que está destruyendo nuestro planeta

Hasta hace algunas décadas, llegar a los lugares más remotos del planeta, como el fondo marino, las cumbres más inaccesibles o a los confines de la Tierra, era una misión destinada a unos pocos aventureros que ponían a prueba sus capacidades y, en muchas ocasiones, arriesgaban incluso su propia vida. Sin embargo, hoy en día esos hitos históricos han quedado en el pasado. Y esas misiones heroicas hoy son un turismo extremo accesible a aquellas personas con suficientes recursos económicos, lo que tiene graves consecuencias para el planeta.

El 29 de mayo de 1953, dos miembros de una expedición británica, el neozelandés Edmund Hillary, y el sherpa Tenzing Norgay, se convirtieron en las dos primeras personas en alcanzar la cumbre del Everest, el pico más alto del planeta con sus 8.848 metros. Una hazaña que apenas 70 años después está al alcance de miles de personas. Concretamente, solo en el año 2019 se produjeron 878 cumbres exitosas en esta montaña.

Esta popularización del turismo extremo no es mala de por sí, el problema está siendo el cómo. En los últimos años, se ha puesto muy de moda este montañismo comercial que involucra en numerosas ocasiones a personas sin la preparación suficiente para conseguir estas metas por sí mismas.

Gente que paga grandes cantidades de dinero para alojarse en tiendas con calefacción, que no prepara su propia comida ni carga con el equipo necesario para realizar estas expediciones. Escaladores sin experiencia en busca de un desafío que, sin embargo, no pone a prueba sus aptitudes físicas y mentales. Y por supuesto, ante su escasa preparación, ponen en riesgo sus vidas y las de sus acompañantes. También el entorno.

En los últimos años, la oleada de montañeros ha provocado grandes colas para subir al Everest en determinadas fechas. Esta gran afluencia para coronar el techo del mundo es un peligro, ya que estamos hablando de que hasta hace pocas décadas era una cumbre inexpugnable, caracterizada por su dificultad y sus pasos estrechos. Se ha perdido el respeto a la montaña, pero la montaña puede ser muy traicionera, incluso para los más avezados especialistas. Y para prueba, las casi 300 personas que han muerto a lo largo de la historia intentando la ascensión.

Otro ejemplo reciente de turismo extremo es el submarino Titan, que se sumergía a 3.800 metros de profundidad para visitar los restos del Titanic, el transatlántico hundido en el Atlántico Norte en 1912. Aquellas personas que querían vivir esta aventura tenían que desembolsar 250.000 dólares, aunque la experiencia era peligrosa. La última expedición se produjo en 2023 tras la desaparición del sumergible. Posteriormente, fueron encontrados sus restos tras la implosión de la cápsula a presión. Todos sus ocupantes murieron.

Además del Everest, otras grandes montañas también están sufriendo este turismo de masas, como es el caso del Kilimanjaro, el Aconcagua o las cumbres más conocidas de Los Alpes.

La turistificación tiene consecuencias

En las localidades que rodean a estos lugares emblemáticos, los efectos del turismo extremo cada vez se notan con más fuerza. Atascos de tráfico, pueblos superpoblados o rutas de senderismo y pistas de esquí bloqueadas por una demanda que supera por mucho a la oferta. Los paisajes idílicos y naturales han dado paso a grandes fortalezas de hormigón y alojamientos masivos que den cabida a todos esos turistas.

Conseguir la foto perfecta para Facebook o Instagram es el deseo de algunos de los visitantes. Una realidad muy distinta a la que ofrecían estos emplazamientos hasta hace algunos años: un lugar de relajación y paz en los que poder desconectar de la rutina y disfrutar de bellos paisajes.

La acción humana y el cambio climático están afectando a todos esos lugares que hasta hace bien poco eran un sueño en la mente humana. Las olas de calor más largas y frecuentes, las menores nevadas y las tormentas violentas arrasan bosques enteros en las laderas de la montaña. La erosión del suelo aumenta y podrían producirse deslizamientos de tierra.

El ser humano ha conseguido llegar al Polo Norte y al Sur, a lo alto del Everest y a las profundidades marinas. La capacidad de superación y la consecución de cotas muy difíciles ha sido una de sus señas de identidad. Pero ahora estos lugares, fundamentales para el equilibrio del planeta, se encuentran en peligro también por sus acciones.

Igual que Venecia, Barcelona o Nueva York, que se encuentran masificadas de turistas, estos emplazamientos no pueden absorber la oleada de visitantes que están recibiendo. Y si no se pone solución pronto, es posible que algún día cercano podamos hablar de que estos símbolos han sido destruidos. El tiempo apremia.

Fuente: https://es-us.finanzas.yahoo.com/


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