Go Home: ¿por qué en España rechazan a turistas?

Barcelona es, por estos días, el epicentro de un encendido debate en torno al turismo de masas. Las imágenes de una manifestación contra turistas, que incluyó insultos y ataques con pistolas de agua, dieron la vuelta al mundo como la postal de un malestar que los habitantes de varias ciudades vienen acumulando hace tiempo.
Esta protesta reciente se monta sobre una medida que adoptó la capital de Catalunya: prohibir la figura del piso turístico a partir de 2029.

“La última regulación del Parlamento de Cataluña nos permite, y nos vamos a acoger a ello, a no renovar licencias de apartamentos turísticos. Eso nos va a permitir poner 10.000 viviendas en el mercado del alquiler o a la venta”, anunció el alcalde de Barcelona, el socialista Jaume Collboni.

El año pasado la ciudad recibió 16 millones de turistas, cifras varias veces superiores a las observadas décadas atrás. Los críticos del fenómeno aseguran que las plataformas de alquiler temporario no hicieron más que agravar el problema del acceso a la vivienda, alentando a inmobiliarias e inversores a comprar edificios enteros para convertirlos en “hoteles de facto”.

De allí la idea de no renovar ni conceder ninguna licencia más cuando expiren todas las vigentes a fines de 2028.

Explotados

Todavía en España, pero 2.500 kilómetros al sudoeste, otra protesta había sacudido las calles y acaparado los titulares. En las islas Canarias, decenas de miles de residentes salieron a manifestarse en contra de un modelo de turismo de masas.

“No es un mensaje contra el turista, sino contra un modelo turístico que no beneficia a esta tierra y que hay que cambiar”, dijo uno de los manifestantes durante la marcha en Santa Cruz de Tenerife. Había pancartas que leían “Canarias tiene un límite” y “Turista: ¡respeta mi tierra!”.

Muchos de quienes protestaron dicen querer un modelo sostenible que tenga en cuenta impactos ambientales como la escasez de agua y que ejerza menos presión sobre los costos de la vivienda. En Tenerife, pero también en Mallorca, se discute si no se está frente a un nuevo tipo de turista, que se comporta peor que antes, ya sea porque se emborrachan o le faltan el respeto a las tradiciones locales.

Carina Ren, investigadora en temas de turismo de la Universidad de Aalborg (Dinamarca), se sale del debate en torno a una supuesta esencia. No es un tema cultural, sostiene, sino de escala.

“Cada vez que viajamos, se produce un encuentro cultural en el que intercambiamos ideas y chocamos. Era cierto hace décadas y también lo es hoy para el turismo de masas. Pero ahora está sucediendo algo diferente: el volumen.

Los turistas no se están comportando peor, simplemente hay más de ellos”, le dijo a la BBC.

En 2023, casi 14 millones de turistas visitaron las islas, seis veces más que la población total de las islas. Pero, evidentemente, hay algo del orden de lo económico que no cierra en la apuesta por el turismo: según cifras oficiales, el 34% de los canarios está en riesgo de pobreza o exclusión social, la segunda cifra más alta de todo España.

“El turismo ofrece grandes ingresos a estas islas, pero ¿para quién? No basta con decir que queremos acoger a los turistas que se comporten bien y gasten más dinero, lo que importa es adónde va el dinero. De momento, una gran parte de la población no se beneficia”, explicó en la misma nota Sebastian Zenker, director académico del Máster en Turismo Sostenible de la Escuela de Negocios de Copenhagen.

“Si los lugareños pueden ganarse la vida bien con esto, si pueden ver que se está construyendo una infraestructura que pueden utilizar, tal vez a un menor precio que los turistas, entonces puede haber una coexistencia saludable para ambos grupos”, agregó.

Cuestión de grises

Este reparto más equitativo de cargas y responsabilidades, acaso el objetivo último del concepto de turismo sostenible, también debería formar parte del debate en las ciudades turísticas argentinas.

El año pasado Fernando Bercovich contó el caso de Bariloche, la tercera ciudad del país con más unidades ofertadas en la plataforma de alquiler temporario Airbnb, donde alrededor del lago Nahuel Huapi ya casi no se consiguen alquileres a largo plazo.

“Es así como muchas personas que trabajan en ramas relacionadas al turismo terminan mudándose lejos del centro de la ciudad y alargando sus tiempos de viaje, empeorando así sus condiciones de vida”, explicaba en la nota, que formó parte de un dossier especial de Cenital sobre la crisis inquilina.

La situación es similar en otras ciudades patagónicas como San Martín de los Andes y Ushuaia, donde la apuesta por el rentable mercado temporario en dólares parece estar desplazando a los residentes hacia las afueras de su propia ciudad.

Frente a esto, los gobiernos locales alternan entre una mirada entusiasta y políticas reactivas, espasmódicas, donde la tentación es prohibir o controlar todo. Luego se sorprenden cuando ven que propietarios y desarrolladores encuentran la manera de puentear las reglas y continuar operando por fuera de la ley.

Lo que falta, acaso, es una discusión pública sobre el rol del turismo en cada economía local o regional, donde se alienten o desalienten ciertas prácticas en función de lo que la comunidad entiende que busca con este sector de la economía.

“A diferencia de otras actividades, la industria turística no ha generado en gobiernos y empresas el desarrollo de políticas de mitigación de impacto y búsqueda de consenso social. Es curioso porque ambiental y socialmente puede ser peor [que otras actividades extractivas], y con sueldos más bajos,” dijo en X el antropólogo Guido Cordero.

“Mientras cualquier minera tiene un área específica para vencer resistencias y buscar acuerdos, y la política procura establecer acuerdos y captar renta para distribuir, los desarrollos turísticos actúan como si operaran sobre el vacío. Es más: a veces los operadores turísticos se posicionan en alianza con sectores ecologistas contra actividades que caracterizan como extractivas, categorización que le mezquinan a una que reorganiza el paisaje, colapsa los servicios y rara vez hace un aporte que supere el auge de cabañas de durlock y precios caros”, agregó.

En ese sentido, el caso del turismo de sol y playa en la península ibérica resulta revelador. El 44% de los turistas internacionales que visitan España lo hacen en verano, “lo que genera un pico en la demanda de trabajadores poco cualificados entre junio y septiembre que luego se desinfla durante el resto del año”, dice el periodista Álvaro Merino.

La creciente competencia con otras playas, del Caribe al sudeste asiático, forzaron a la industria a abaratar tarifas para atraer a otro tipo de turistas, de menor poder adquisitivo, “lo que favoreció el turismo de fiesta y borrachera que sigue anclado en el imaginario de los turistas internacionales y afectó en un círculo vicioso a la valoración de los destinos españoles”.

Caso por caso

No todas las ciudades tienen el mismo problema. Buenos Aires, por ejemplo, necesita más turistas, no menos. Tal vez no todos apiñados en Palermo o en la misma vermutería de Chacarita… pero no hay que olvidar que hay herramientas y políticas públicas para evitar que eso ocurra.

Para eso, vamos a los datos duros.

Días atrás, el INDEC publicó su último reporte estadístico sobre turismo internacional. Allí se indica que en mayo de 2024 llegaron a la Argentina por diferentes medios de transporte 350.700 turistas, un 28% menos que en el mismo mes de 2023.

A Ezeiza y Aeroparque apenas llegaron 169.400 personas. Incluso si sumamos todos los que arribaron el año pasado no suman más de 2,5 millones de personas (y no todas van a Buenos Aires o se alojan en territorio porteño, claro está).

Ampliemos la foto y veamos el total de pasajeros, nacionales e internacionales, entre los que llegan y los que van. Aeroparque (12,3 millones de pasajeros prepandemia) y Ezeiza (11,8 millones) están recién en octavo y noveno puesto a nivel regional, muy por detrás de los aeropuertos de São Paulo (Guarulhos, 42,8 millones), Bogotá (El Dorado, 39,5 millones), Lima (Jorge Chávez, 26,2 millones), Santiago de Chile (Arturo Merino Benítez, 24,6 millones) y otros tres aeropuertos en Brasil.

En términos turísticos seguimos siendo un mercado chico, lejano. Aún no logramos convencer a los atractivos mercados europeos y norteamericanos por qué valdría la pena hacer un viaje tan largo (de entre 8 y 13 horas en avión). ¿Es la calidez de la gente, el clima, el tango, Messi, el malbec, la tierra del papa Francisco? ¿Falta trabajar la marca país o la marca ciudad?

También tenemos una moneda inestable. A veces parece que estamos regalados en dólares, pero cada dos por tres volvemos a estar carísimos. (Otro dato de la Encuesta de Turismo Internacional del INDEC: en mayo tuvimos 62% menos de visitantes chilenos que en el mismo mes del año pasado, pero los argentinos viajamos 60% más a Chile. Reflejo del peso sobrevaluado, reverso exacto de las gestiones de los ministros de Economía Sergio Massa y Luis Caputo).

En términos de vivienda, hace unas semanas comentábamos el fenómeno, cada vez más marcado, de aquellos propietarios que apostaron a renovar sus unidades para volcarlas al alquiler temporario esperando una explosión del dólar que (aún) no ocurrió. Hoy, los especialistas del mercado inmobiliario dicen que hay una sobreoferta y que no es el momento para meter más unidades al mercado turístico.

Coda

El turismo sostenible necesita inversión en infraestructura: una buena conexión aérea, buenas opciones de transporte, una buena plaza hotelera (hay provincias que pierden sus hoteles 5 estrellas y con ellos su turismo de congresos). También hace falta un mejor reparto de las cargas impositivas que no descuide los objetivos de desarrollo económico y social que se persiguen mediante la actividad.

El turismo contribuye a la generación de empleo: suele ser una actividad intensiva en el uso de mano de obra y emplea a personas con bajas calificaciones que en muchos casos, de otra forma, no tendrían una salida laboral. El tema es que el modelo fast (dicho mal y pronto: limitarse a competir por precio o a explotar las locaciones naturales) no es un modelo de desarrollo sino uno de ganancias rápidas, susceptible de esfumarse a la primera de cambio. Y eso es malo para los trabajadores del sector, pero también para todo el ecosistema económico que rodea a la actividad (y para las comunidades locales).

Aprendiendo de los errores propios y ajenos, el futuro del turismo en las ciudades argentinas deberá estar lejos de la turismofobia, pero también del modelo extractivista.

Fuente: https://cenital.com/


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