El buque de guerra Scharnhorst, el fantasma del norte
El Imperio alemán había sufrido una áspera derrota en el Tratado de Versalles de 1919, con tremendas reparaciones de guerra y evidentes limitaciones para su cultura marcial. La Reichsmarine, tras el autohundimiento de lo mejor de su flota de superficie en Scapa Flow, solo podía conservar un puñado de buques obsoletos, y los nuevos no debían superar las diez mil toneladas de desplazamiento.
Con la subida de Hitler al poder empezaron a diseñar buques de un mayor desplazamiento. El 25 de enero de 1934 se encargó la construcción de uno con una posible proyección de acorazado rápido, siguiendo la estela de la clase Dunkerque francesa, al que luego le nombrarían como Scharnhorst, llamado así en honor a un conocido general prusiano de la época napoleónica.
En su inicio, los alemanes indicaron a los británicos que sería un nuevo acorazado de bolsillo de la clase Deutschland, aunque tras el Pacto Naval de 1935, firmado con ellos, se le asignó un desplazamiento de 26.000 toneladas y 27 nudos de velocidad, cifras que tampoco eran reales. Los aproximadamente 143 millones de Reichsmark que costó iban a dar sus frutos años después.
El casco fue botado el 3 de octubre de 1936. En el fatídico año de 1939 el buque fue comisionado y realizó sus primeras pruebas en el mar. Todavía no había estallado la Segunda Guerra Mundial, pero el horizonte político vaticinaba lo peor.
Gran Bretaña comprende la amenaza
La remozada flota de alta mar del Tercer Reich, denominada Kriegsmarine, se encontraba en fase de desarrollo, y el Scharnhorst era una de sus puntas de lanza (junto con su gemelo, el Gneisenau). El nuevo diseño tenía una eslora de 235,4 metros y un desplazamiento máximo de 37.822 toneladas, armado con nueve cañones SK C/34 de 28 cm de diámetro como amenaza principal en tres torres triples y otros doce cañones de 15 cm de diámetro, más catorce de 10,5 cm como disuasión secundaria, conjuntado todo ello con seis tubos lanzatorpedos, tres hidroaviones Arado Ar 196 y veintiséis cañones antiaéreos.
Añadiendo una cintura acorazada entre 330 mm y 170 mm, según qué zonas, y una velocidad máxima de 31,65 nudos, el concepto naval se acercaba más a la figura del llamado crucero de batalla que al del típico acorazado, pues su artillería gruesa (en un principio, se pensó en cañones de 38,1 cm, pero el tiempo de su fabricación lo desaconsejó, y, además, tenían menor cadencia de tiro), no era la habitual en ese tipo de buque capital, al igual que su alta velocidad con su proa lanzada, aunque estaba, eso sí, muy bien protegido.
Poco después de estallar la Segunda Guerra Mundial, el 4 de septiembre de 1939, nuestro protagonista recibió la peligrosa visita de bombarderos de la RAF británica en el canal de Kiel, aunque no fue alcanzado. Siguiendo con sus pruebas de fuego y entrenamiento empezó a realizar salidas de guerra, y en una de ellas hundió, al cañón, al HMS Rawalpindi, un carguero armado británico, acompañado del Gneisenau. La Home Fleet británica comenzaba a conocer la peligrosidad de este tipo de buque, y los planes para atraparlo, ante una fuerza superior, entraban ya en sus pensamientos.
Leviatanes en Noruega
En abril de 1940, Hitler decretó la Operación Weserübung, la ocupación de Noruega y Dinamarca. El Scharnhorst y el Gneisenau recibieron la orden de actuar como escoltas lejanos, y, a tal efecto, zarparon bajo el mando del almirante Günther Lütjens. La amenaza alemana fue detectada por el reconocimiento británico, y ambos leviatanes mantuvieron un duelo al cañón con el crucero de batalla HMS Renow, el 9 de abril, sin consecuencias.
Un mes después, la diosa fortuna se alió con los alemanes, pues, en una patrulla por el mar de Noruega, localizaron a una pequeña agrupación británica de dos destructores (HMS Acasta y Ardent) y el portaviones HMS Glorius, a unos 26.000 metros de distancia. Inmediatamente aprestaron al Scharnhorst y dispararon al sorprendido portaviones con su artillería principal, mientras que, con la secundaria, apuntaban a los destructores.
Repetidamente alcanzado y ardiendo como una tea, el Glorius desapareció en las frías aguas, pero el Scharnhorst recibió un impacto de torpedo del Acasta que le provocó un agujero de 12 metros x 4 metros (embarcando alrededor de 2.500 toneladas de agua). Lo peor fueron sus bajas, cuarenta y ocho muertos y tres heridos, aunque, a decir verdad, resultaron muy escasas ante los 1.519 muertos británicos ese día.
Poco después, estando de reparaciones en Trondheim, los aviones británicos le alcanzaron con una bomba, aunque con daños menores, y pudo navegar hasta sus costas a finales de junio de 1940.
La lotería de las bombas
En los meses siguientes se trasladó al Báltico, y, en enero de 1941, junto a su inseparable Gneisenau, iniciaron la Operación Berlín, la entrada de ambos buques al océano Atlántico con el objeto de depredar los convoyes aliados.
Estas empresas, muy peligrosas por la superioridad numérica y geográfica británica, se realizaban por el estrecho de Dinamarca, entre Islandia y Groenlandia, se proveían de apoyo logístico con petroleros o submarinos, y, muy importante, evitaban cualquier combate con fuerzas de superficie peligrosas.
Este raid fue un verdadero éxito, pues, a su conclusión, el 22 de marzo de 1941, los dos buques alemanes navegaron un total de 17.800 millas y hundieron o capturaron veintidós barcos, tras sesenta y un días en el mar. El Scharnhorst fue responsable de ocho de esos hundimientos.
El puerto de atraque fue Brest, en la Bretaña francesa, y, aunque desde allí la salida al Atlántico era franca, la cercanía a las islas británicas les hacía sufrir numerosos ataques de aviación, casi siempre de noche. La lotería de las bombas alcanzó al Gneisenau. Ante la llegada del crucero pesado Prinz Eugen, y tras el hundimiento del famoso Bismarck unos días antes, a la Kriegsmarine se le acumulaban demasiados buques importantes en dicho puerto y temían un ataque masivo hacia ellos.
El primer elegido para moverse fue el Scharnhorst. Escogieron el puerto francés de La Pallice, más alejado y defendido que el anterior. Sin embargo, en dicho lugar fue alcanzado el 24 de julio de 1941 por cinco bombas que provocaron la muerte de dos marineros y quince heridos, más una considerable inundación del casco (unas 3.000 toneladas) y una escora severa de 8 º.
Este bombardeo fue una clara prueba de que La Pallice no era tampoco seguro. A consecuencia de ello, los mandos alemanes idearon una increíble escapada mediante la Operación Cerberus, en febrero de 1942. El plan consistía, básicamente, en cruzar el canal de la Mancha a plena luz del día con el Scharnhorst, el Gneisenau y el Prinz Eugen a toda máquina, para dirigirse luego a puertos alemanes, sin apenas escolta. Un aparente suicidio que no se consumó por la sorpresa conseguida, la ineficacia aérea y de superficie británica y algo de azar.
El éxito no fue completo, porque el Scharnhorst chocó dos veces con minas magnéticas (una el Gneisenau), que estuvieron cerca de propiciar el desastre y le mantuvieron en reparación varios meses, junto a su falible equipo de propulsión, en las aguas del mar Báltico, más seguras en caso de ataque.
Pesadilla aliada
En cualquier caso, discurría ya 1943 y la guerra estaba virando en favor de los aliados. Los convoyes anglos que surtían a la Unión Soviética fueron entonces el objetivo del reparado Scharnhorst. Hasta en dos ocasiones intentaron el pasaje hacia aguas de Noruega, pero, detectados, cancelaron dicho proceso. A la tercera, aprovechando el mal tiempo, lo consiguieron, y para marzo de ese año, su silueta, junto a la del acorazado Tirpitz, señoreaban en esas gélidas y tranquilas aguas.
Un acontecimiento alteró la vida del Scharnhorst, al producirse una explosión en la sección III de su cubierta blindada, que provocó diecisiete muertos y veinte heridos entre la tripulación. Muchos hablaron de sabotaje.
En septiembre, el Scharnhorst concluyó la llamada Operación Sizilien, la destrucción de la base meteorológica en la isla de Spitsbergen junto al Tirpitz. Era un nuevo recordatorio de la potencial amenaza de esos buques para los aliados, por lo que estos desarrollaron un audaz ataque con submarinos enanos a la base alemana, que inmovilizó durante meses al Tirpitz, pero no encontró al Scharnhorst, el fantasma del norte.
Hasta ese momento, el escurridizo buque había tenido un largo historial de acciones, algunas humillantes para los británicos, y había sido una constante pesadilla marítima para ellos, que seguían buscando la manera de hundirlo definitivamente.
De cabeza en la trampa
El 22 de diciembre de 1943, un vuelo de reconocimiento alemán detectó al convoy JW-55B con diecinueve mercantes, diez destructores, dos corbetas y un dragaminas. El Scharnhorst y cinco destructores, con el contralmirante Erich Bey al mando, salió en su persecución.
Iba hacia una trampa, ya que, a cierta distancia, se perfilaba una fuerte escolta con el crucero pesado HMS Norfolk, junto a los cruceros ligeros HMS Belfast, HMS Sheffield y HMS Jamaica, más el acorazado HMS Duke of York, al mando del almirante Fraser.
El día 26 por la mañana, Bey ordenó dispersar a sus unidades para localizar al convoy en las aguas árticas, con escasa visibilidad. El Scharnhorst navegaba en solitario cuando, a las 09:21 horas, fue iluminado por los cruceros británicos y disparado. Lo alcanzaron dos veces con proyectiles de ocho pulgadas.
Unas tres horas después, y con fuego esporádico de unos y otros, Bey decidió retirarse hacia su base, enviando la orden a sus destructores de que atacaran el convoy. Su rumbo fue cortado decisivamente por el Duke of York, que le disparó sus salvas (cañones de 35,6 cm) desde unos once mil metros y utilizando el radar con bastante precisión.
Serían, aproximadamente, las 18:24 cuando el Scharnhorst, a pesar de los impactos recibidos, que le inutilizaron las torres A y B, seguía disparando. Parecía que podría escabullirse otra vez por su mayor velocidad, pero una salva postrera de su principal enemigo alcanzó la sala de calderas n.º 1 e hizo que bajara su velocidad a diez nudos.
El Scharnhorst estaba sentenciado, y, durante muchos minutos, fue repetidamente tocado por proyectiles de todo tipo y once torpedos hasta que, a las 19:45 h, una gigantesca explosión hizo desaparecer al buque entre el humo y puso fin a la batalla naval, llamada luego del cabo Norte. De sus casi dos mil tripulantes solo se salvaron treinta y seis. Para la Kriegsmarine supuso la desaparición de su unidad de superficie más laureada.
Fuente: https://www.lavanguardia.com/