¿Cuál es la relación entre amor y sexo?

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A Charles Darwin le obsesionaba la cola del pavo real, pues su teoría de la selección natural no explicaba cómo había podido evolucionar una característica como esa que más que una ventaja adaptativa, parecía un defecto entorpecedor del movimiento y la conducta del animal. Pero su genio naturalista le hizo también ver que para seleccionar con éxito tiene que haber mucho donde elegir, es decir, la naturaleza tiene que disponer del mayor número posible de variaciones en las características de todo tipo de los animales. Una variedad que poco tardó en descubrir que la proporcionaba una forma complementaria de selección, la intersexual, basada en el mecanismo de elección de pareja que hace que los individuos de un sexo desarrollen características evolutivas para atraer a los miembros del sexo opuesto.

Así, cuanto más vistosa y llena de ojos es la cola del pavo real macho, mayor atractivo e incitación sexual sienten las hembras por el mismo y cuanto mayor es el número de esos ojos mayor salud y capacidad reproductiva tienen esos machos. Por lo que la hembra, al elegir una cola rica en “ojos”, lo que en realidad está eligiendo, sin saberlo ni pretenderlo, es un macho que le garantice una descendencia sana, con capacidad de supervivencia.

¿Tenemos los humanos algún mecanismo de elección semejante? Parece que sí. Al menos uno, pues los varones de prácticamente todas las culturas se sienten especialmente atraídos por la figura femenina cuya relación entre el diámetro de la cintura y el de la cadera es 0,7 (7 %). Cuerpo de guitarra, lo llaman algunos. Poco importa el peso del cuerpo de la mujer si esa proporción se mantiene, pues el 0,7 parece haber sido siempre el modelo ideal desde la perspectiva masculina.

Lo podemos comprobar no solo en algunas pinturas clásicas, sino también en los prototipos que aparecen en la época dorada de Hollywood y en los de la mujer de hoy, donde ese tipo de cuerpo suele prevalecer. En el transcurrir del tiempo solo ha cambiado la valoración modélica del peso corporal femenino (a la baja), pero no la de su forma. Antiguamente, el modelo femenino ideal no tenía la asombrosa y temeraria delgadez con la que hoy se presentan muchos estereotipos de mujer.

Pues bien, aunque algunos datos indican que las mujeres con la proporción corporal 0,7 podrían tener una menor prevalencia de enfermedades como las cardiovasculares o el cáncer, hábitos como el tabaquismo o la polución y el estrés han modificado y ocultan esa posible realidad haciendo que incluso mujeres con otras proporciones corporales, pero que se cuidan más, tengan mejor salud que las del 0,7. En cualquier caso, el mecanismo natural parece seguir ahí y a los hombres nos sigue cautivando ese modelo. Como la pava real, aunque en un mundo desnaturalizado, al elegir la forma parece que los varones estamos también, inconscientemente, eligiendo potencial reproductivo. Mecanismos similares, aunque menos estudiados, parecen también existir en sentido inverso, de mujer a hombre.

Pero entonces, ¿dónde queda el amor? Antropólogos, como la popular Helen Fisher, han sugerido que en los humanos el atractivo con base sexual ha evolucionado hacia el amor romántico o pasional, una forma de lazo o unión que, en perspectiva evolutiva, tiende a asegurar la estabilidad de la pareja para garantizar el cuidado paternal de la prole. El amor, en ese contexto, se constituye como un sentimiento, una emoción social y consciente que implica no solo lujuria, sino también pasión y lazo o vínculo entre los miembros de la pareja.

Para crear ese sentimiento, el cerebro de los enamorados origina reacciones fisiológicas y libera sustancias químicas. Por un lado, induce la producción gonadal de hormonas como los andrógenos masculinos o los estrógenos femeninos que aumentan el apetito o deseo sexual. En el amor romántico inicial, el cerebro produce también sustancias estimulantes, como la feniletilamina o la dopamina, inductoras del estado de euforia, motivación y pasión de los enamorados. El contacto sexual y la copulación producen también la liberación cerebral de hormonas como la oxitocina y la vasopresina, que contribuyen al deseo de permanencia junto al otro, es decir, a la unión o vínculo entre esos individuos.

La pasión inicial, especialmente en los enamorados jóvenes, se caracteriza además por la inhibición de sustancias cerebrales, como la serotonina, estabilizadoras del humor, o la desactivación de regiones del cerebro, como la corteza frontal, implicadas en la lógica y el razonamiento. Quizá por ello decimos que el amor es ciego.

Por otro lado, el amor y el sexo son diferentes en cuanto el uno puede darse sin el otro, y aunque ambos tipos de motivación, la amorosa y la sexual, demandan urgente satisfacción, la sexual suele saciarse con el coito, mientras que la amorosa puede durar muchos años. Pero, ¡ay!, el amor cambia con el tiempo. La fogosidad y pasión iniciales dejan paso a un amor más maduro, a una emoción más relajada y consistente, donde los cerebros enamorados segregan ya sustancias diferentes, como las endorfinas y encefalinas, inductoras de estados menos pasionales de relajación, satisfacción y bienestar. Tales sustancias tienen también un carácter más adictivo que hace más difícil la superación de la separación o la pérdida del ser querido.

En conclusión, aunque diferentes y, en cierto modo, independientes, amor y sexo se relacionan evolutivamente al ser sinérgicos en relación con la reproducción exitosa y al funcionar en la práctica con un alto grado de acoplamiento que origina una importante y beneficiosa influencia mutua. Feliz día de San Valentin a todos los enamorados.

Materia gris es un espacio que trata de explicar, de forma accesible, cómo el cerebro crea la mente y controla el comportamiento. Los sentidos, las motivaciones y los sentimientos, el sueño, el aprendizaje y la memoria, el lenguaje y la consciencia, al igual que sus principales trastornos, serán analizados en la convicción de que saber cómo funcionan equivale a conocernos mejor e incrementar nuestro bienestar y las relaciones con las demás personas.

Fuente: https://elpais.com/


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