Años antes del ataque a Pearl Harbor, Japón hundió un buque de guerra estadounidense en China

Es un día que quedó grabado en la memoria colectiva de Estados Unidos: 7 de diciembre de 1941.

Fue el día en que aviones de guerra del imperio japonés lanzaron un devastador ataque sorpresa contra Pearl Harbor, en Hawai, hundiendo o dañando 19 buques de la Armada estadounidense, destruyendo 180 aviones y matando a más de 2.400 estadounidenses, militares y civiles.

“Un día que vivirá en la infamia”, en palabras del presidente Franklin D. Roosevelt. Y según los libros de historia, el día que arrastró a Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial.

Pero el primer hundimiento japonés de un buque de guerra estadounidense no tuvo lugar ese día, ni siquiera ese año, y no fue cerca de Pearl Harbor, ni siquiera en suelo estadounidense. Fue cuatro años antes, en una fecha mucho menos recordada, a miles de kilómetros de Hawai, en un río de las profundidades de China.

El 12 de diciembre de 1937, el cañonero USS Panay y tres petroleros de la Standard Oil Company estaban evacuando a ciudadanos estadounidenses atrapados por la invasión japonesa de Nanjing cuando fueron atacados desde arriba en un ataque que, como el de Pearl Harbor, destacó tanto por su crueldad como por el hecho de que Estados Unidos y Japón no estaban en guerra en aquel momento.

Nueve cazas Nakajima ametrallaron el convoy, disparando incluso sobre los botes salvavidas, mientras tres Yokosuka japoneses lanzaban al menos 20 bombas de 56 kg. Murieron cuatro personas: dos marineros estadounidenses, el capitán de un petrolero y un periodista italiano. Más de 40 militares y civiles resultaron heridos.

Tan chocante fue el ataque no provocado que muchos esperaban que Washington declarara la guerra en ese mismo momento. De haberlo hecho, el lugar del Panay en la historia podría no haber sido eclipsado por los acontecimientos de cuatro años más tarde.

Pero los historiadores afirman que el hundimiento del Panay fue, no obstante, un acontecimiento fundamental que contribuyó a cambiar el rumbo de la opinión estadounidense en un conflicto que algunos académicos consideran el comienzo de la Segunda Guerra Mundial en Asia, y que tensa las relaciones entre Tokyo y Beijing hasta el día de hoy.

También sembró las semillas de la destrucción de Japón en el conflicto global que estaba por venir, ayudando a estimular el aumento masivo del gasto naval estadounidense que financió los mismos buques de guerra que acabarían con las ambiciones imperiales de Japón.

De hecho, algunos historiadores dicen que para comprender plenamente aquel día de Pearl Harbor, primero hay que entender lo que le ocurrió al USS Panay.
Esta es su historia.

La guerra antes de la guerra, la masacre de Nanjing y un mal presagio

Aunque en Estados Unidos es común pensar que la Segunda Guerra Mundial comenzó con la declaración de Roosevelt al día siguiente de Pearl Harbor, en otras partes del mundo se considera que empezó mucho antes. En Europa, se considera comúnmente que comenzó con la invasión de Polonia por la Alemania nazi en 1939; en Asia, muchos consideran que se remonta incluso más atrás, a la invasión de China por el Japón imperial.

La guerra total entre los dos países asiáticos estalló en 1937, unos seis años después de que Japón invadiera la provincia china de Manchuria.

Tras arrasar Beijing y Shanghái, las fuerzas imperiales japonesas pusieron sus miras en la que entonces era la capital china, Nanjing, donde cometieron una de las atrocidades bélicas más notorias del siglo XX.

En la masacre de Nanjing, en diciembre de 1937, las tropas japonesas mataron a más de 200.000 hombres y civiles desarmados y violaron y torturaron a decenas de miles de mujeres y niñas, según la sentencia de posguerra del Tribunal Militar Internacional para Extremo Oriente.

China cifra el número de muertos en más de 300.000.

“El asesinato organizado y al por mayor de civiles varones se llevó a cabo con la aparente sanción de los comandantes bajo el pretexto de que los soldados chinos se habían quitado los uniformes y se mezclaban con la población. Se formaron grupos de civiles chinos, se les ató con las manos a la espalda y se les hizo marchar fuera de las murallas de la ciudad, donde fueron asesinados en grupos con ametralladoras y bayonetas”, dicen los documentos del tribunal citados por las Naciones Unidas.

En este crisol navegó el Panay.

A medida que el ejército imperial japonés se abalanzaba sobre Nanjing, la embajada estadounidense recibía informes de ataques contra ciudadanos estadounidenses y chinos que trabajaban para empresas estadounidenses. El Panay fue llamado para ayudar en la evacuación.

Construido en un astillero de Shanghái y lanado en 1927, el buque formaba parte de la Patrulla del Río Yangtsé de la Marina estadounidense, una fuerza creada para salvaguardar los intereses occidentales a lo largo del gran río chino, y era por tanto una elección obvia para la misión.

Sin embargo, para algunos no era una misión propicia.

Como señaló el historiador Bernard Cole en el número de febrero de 2000 de la revista Naval History, la botadura del cañonero se había estancado al atascarse en su deslizamiento hacia el agua. La culpa la tuvo la maña calidad del sebo, la grasa animal utilizada para engrasar los patines.

Como señaló Cole, “una botadura atascada se considera un mal presagio”. Y la suerte del Panay estaba a punto de acabarse

Atacado desde arriba

Sin embargo, los 14 civiles estadounidenses y extranjeros embarcados a bordo del cañonero de la US Navy el 11 de diciembre tenían preocupaciones más inmediatas mientras se dirigían río arriba.

“Todos nos quedamos mirando el incendio y el saqueo de (Nanjing) hasta que doblamos la curva y no vimos nada más que un cielo rojo brillante cubierto de nubes y humo”, dice Norman Alley, cámara de prensa a bordo del Panay, en un artículo publicado en 2012 por Frank Roberts Jr. para la revista Naval History.

Pero estaban a punto de convertirse en algo más que meros espectadores de la violencia.

Al día siguiente, el convoy fue detenido por un grupo de soldados japoneses en la orilla del río, cinco de los cuales abordaron el Panay con las bayonetas caladas.

Un oficial japonés “preguntó a dónde se dirigía el barco y por qué, y por la ubicación de los soldados chinos. Respondieron a las primeras preguntas, pero (el comandante) se negó cortésmente a contestar a la última. El oficial pidió entonces registrar el Panay y los petroleros en busca de soldados chinos, pero de nuevo se negó”, escribió Roberts en Naval History.

Tras unos momentos de tensión, las tropas japonesas se marcharon, pero los malos presagios para el Panay se iban acumulando.

Aquella tarde, la Armada Imperial Japonesa ordenó a su aviación atacar “todos y cada uno de los barcos” en el Yangtsé río arriba de Nanjing, según el Mando de Historia Naval y Patrimonio de EEUU (NHHC, por sus siglas en inglés).

En este punto, el Panay debería haber estado a salvo. Japón estaba luchando contra los chinos, no contra los estadounidenses, y los buques de guerra estadounidenses deberían haber sido tratados como neutrales, no sujetos a ataque. Para subrayar ese punto, el comandante del Panay, teniente comandante James Hughes, había tomado la precaución de pintar grandes banderas estadounidenses que pudieran evitar cualquier fuego erróneo en el cañonero.

No importó. Dos oleadas de bombarderos japoneses Yokosuka B4Y Type-96 atacaron al Panay y a los petroleros, lanzando al menos 20 bombas según el NHHC, mientras nueve cazas Nakajima A4N Type-95 lo ametrallaban.

La tripulación del Panay, al menos uno de los cuales salió a cubierta sin pantalones, disparó ametralladoras contra los atacantes japoneses, pero ninguno de ellos hizo blanco.

Las bombas japonesas dieron en el blanco. La caseta del piloto y el cañón de proa del Panay fueron destruidos. Se produjeron fugas en el casco. Docenas de personas a bordo resultaron heridas, entre ellas el comandante Hughes y el teniente Arthur Anders, oficial ejecutivo del Panay, al que le dieron en la garganta. Sin poder hablar, Anders —cuyo hijo de 4 años estaba en tierra en Nanjing— dio la orden de “abandonar el barco” escribiendo a lápiz en un papel manchado de sangre.
Mientras su tripulación llevaba lanchas motoras a la orilla del río, seguían recibiendo fuego. Detrás de ellos, el USS Panay se asentaba en el Yangtsé.

Tres hombres murieron en el ataque —el almacenista de primera clase del Pany, Charles Lee Ensminger, el capitán del petrolero Standard Oil, Carl H. Carlson, y el reportero italiano Sandro Sandri— y el timonel Edgar C. Hulsebus falleció esa misma noche. Cuarenta y tres marineros y cinco civiles resultaron heridos.

Fue el primer buque de la US Navy perdido en combate desde la Primera Guerra Mundial y el primero en ser hundido en combate por un ataque aéreo, escribió Roberts. Y en el curso de su hundimiento, según el Heritage Flight Museum del estado norteamericano de Washington, Anders se había convertido en el primer oficial naval estadounidense en ordenar “abrir fuego” contra las tropas del Ejército Imperial Japonés.

Al borde de la guerra

Al tiempo que la noticia del hundimiento llegaba a la Casa Blanca, voces influyentes clamaban venganza.

El secretario de la Armada, Claude Swanson, argumentó que la guerra con el Japón imperial era inevitable, así que mejor luchar mientras Tokyo se esforzaba tratando de ocupar gran parte de China, según un relato de Douglas Peifer en el International Journal of Naval History de noviembre de 2018.

O como el secretario del Tesoro Henry Morgenthau Jr. supuestamente se lo dijo a un subordinado: “Han hundido un acorazado de Estados Unidos y han matado a tres personas (…) ¿Vas a sentarte aquí y esperar hasta que te despiertes por la mañana y los encuentres en Filipinas, luego en Hawái y luego en Panamá? ¿Dónde llamarías a un alto?”.

En todo caso, la sensación de injusticia se vio agravada por el hecho de que, en una historia no exenta de malos presagios, el embajador de Estados Unidos en Japón, Joseph Grew, había predicho tal tragedia casi tres meses antes, cuando se quejó a Tokyo del “temerario desprecio por las vidas y propiedades estadounidenses” que estaban mostrando sus tropas en China.

Según Peifer, el embajador culpó a los “jóvenes y exaltados aviadores japoneses”, escribiendo en su diario que “una vez que han olido la sangre, simplemente vuelan como locos y no les importa a quién o a qué golpean”.

Recordó a los oficiales japoneses que el hundimiento del acorazado USS Maine en el puerto de La Habana en 1898 había desencadenado la guerra hispano-estadounidense.

Que se evitara con el Panay un desenlace similar al del hundimiento del Maine fue uno de esos momentos finamente equilibrados sobre los que gira gran parte de la historia.

El Japón imperial, que no quería luchar contra Estados Unidos y seguía necesitando materias primas estadounidenses para su maquinaria bélica, aceptó rápidamente la responsabilidad.

Insistió en que el ataque había sido un error de identidad y de comunicaciones, a pesar de que una investigación de la Marina de EE.UU. concluyó que sus bombarderos debían haber visto sus banderas estadounidenses.

Poco más de dos semanas después del ataque, el 25 de diciembre, la administración de Roosevelt acordó aceptar la oferta de Tokyo de US$ 2,2 millones de dólares —el equivalente a US$ 47,4 millones actuales— para resolver la disputa.

Fue una decisión que, a los pocos días, algunos en Washington empezarían a cuestionar.

La filmación de la huida

En 1937 no había Internet ni satélites, ni siquiera jets. Las imágenes de las noticias viajaban lentamente en aviones propulsados por hélices.

Así que no fue hasta el 31 de diciembre cuando los funcionarios de la administración de Roosevelt pudieron reunirse para ver las imágenes que el cámara Alley había filmado del ataque y que habían llegado a la zona de Washington solo un día antes.

“El ambiente era sombrío”, escribió Peifer.

Alley había captado todo el alcance de lo que había sucedido al Panay y a sus tripulantes. Sus imágenes mostraban a los aviones japoneses atacando el cañonero, a la tripulación devolviendo los disparos, a los heridos ensangrentados abandonando el Panay, al grupo de supervivientes desplazándose tierra adentro para evitar nuevos ataques del Imperio japonés y encontrar ayuda para sus heridos.

Y al final vieron los ataúdes de los estadounidenses muertos cargados en un bote de rescate, cubiertos por la bandera estadounidense.

En un comentario añadido más tarde, un narrador dice: “Los supervivientes de Panay nunca olvidarán aquellas agitadas y horribles horas en las que la sangre estadounidense fue derramada por culpables enloquecidos por la guerra”.

Las imágenes bastaron para que algunos miembros de la administración de Roosevelt reavivaran sus llamamientos a la guerra, pero en última instancia había pocas ganas de conflicto en el Estados Unidos de 1937. El aislacionismo era el sentimiento más popular de la época.

“Hubo algunas peticiones para que la flota fuera enviada inmediatamente a Oriente. Había muchas más peticiones de que nos retirásemos completamente de China”, escribió más tarde en sus memorias Cordell Hull, secretario de Estado de Roosevelt.

El legado del Panay

Aunque Washington se retiró del borde del abismo, el ataque al Panay volvería a atormentar al ejército japonés años más tarde, después de que Estados Unidos se uniera a la Segunda Guerra Mundial tras el ataque a Pearl Harbor.

Las acciones de Japón en China, incluido el hundimiento del Panay, incitaron a la administración de Roosevelt a impulsar la Ley Naval de 1938, que ordenaba un aumento del 20% en el tamaño de la flota estadounidense, incrementando el gasto en unos US$ 1.000 millones de dólares (US$ 21.400 millones en el cambio actual).

Entre los buques que se compraron estaba el portaaviones USS Hornet, el buque que lanzó la incursión Doolittle —el primer bombardeo estadounidense sobre Tokyo— y contribuyó a cambiar las tornas de la guerra del Pacífico a favor de Estados Unidos en la batalla de Midway en 1942.

La ayuda también financió tres acorazados de la clase Iowa, incluido el USS Missouri, el buque en el que los líderes de Japón se rindieron formalmente a los aliados en la bahía de Tokyo en 1945.

Luego están los numerosos legados personales, entre ellos el de William Anders, el niño de cuatro años que se encontraba en tierra en Nanjing mientras su padre recibía un disparo en la garganta. Creció y se graduó en la Academia Naval de EE.UU., convirtiéndose en piloto y más tarde en astronauta. En 1968, se convirtió en uno de los tres primeros hombres en orbitar la Luna en el Apolo 8.

Mientras tanto, más de 80 años después del hundimiento del Panay, aunque el barco en sí se ha convertido en una nota a pie de página de la historia de Estados Unidos para la mayoría, el acontecimiento bélico en el que participó sigue siendo una pieza fundamental de la historia china y mundial, y sigue tiñendo las relaciones chino-japonesas hasta el día de hoy.

China ha dejado claro que las atrocidades de aquella época no se olvidarán. En 2014, designó el 13 de diciembre —la fecha en que Nanjing cayó oficialmente en manos de los japoneses— como día nacional de la memoria. Y en años más recientes, tanto sus medios de comunicación estatales como funcionarios del gobierno han establecido paralelismos entre la masacre y el bombardeo atómico estadounidense de Hiroshima en 1945.

‘Dos japones’

Pero también hay otro sentido, quizá más esperanzador, en el que perdura el legado del Panay.

Aunque es posible que los acontecimientos de aquella época nunca se olviden del todo, ocultos en lo más profundo de los archivos están los primeros brotes verdes del perdón que hicieron posible el acercamiento final entre EE.UU. y Japón, dos países que ahora se describen a sí mismos como unos de los aliados más fuertes.

Esos brotes verdes pueden encontrarse en la respuesta de la opinión pública japonesa al hundimiento del Panay. A diferencia de las cuestionables excusas ofrecidas por los funcionarios del gobierno japonés, muchos respondieron con sinceras condolencias.

El embajador Grew declaró que la misión estadounidense en Tokyo se vio “inundada de delegaciones, visitantes, cartas y aportaciones de dinero”, todos ellos expresando su pesar y remordimiento en nombre de Japón y sus militares, según un informe de 2001 de Trevor Plante en Prologue, la revista de los Archivos Nacionales de Estados Unidos.

La efusión ilustró lo que el enviado estadounidense denominó “dos japones”, uno que representaba las horribles escenas de Nanjing y otro el ciudadano medio, según Plante.

“Ese lado del incidente, al menos, es profundamente conmovedor y demuestra que en el fondo los japoneses siguen siendo un pueblo caballeroso”, escribió Grew en “Ten Years in Japan”, su libro sobre su época como embajador.

Plante cita una carta en particular, de una niña de 13 años:

“Queremos decirle cuánto lamentamos el error que cometieron nuestros aviones. Queremos que nos perdone. Soy pequeña y no lo entiendo muy bien, pero sé que no era su intención. Lo siento mucho por los que resultaron heridos y muertos”.

Fuente: https://cnnespanol.cnn.com/


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